LA SAETA DE LA MUERTE

¡Ojalá fueran sabios, que comprendieran esto, y se dieran cuenta del fin que les espera! (Deut. 32: 29.)

El Señor "no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres" (Lam. 3: 33). "Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo" (Sal. 103: 13-14). El conoce nuestro corazón, porque lee cada secreto del alma... Conoce el fin desde el principio. Muchos bajarán al reposo antes de que la rigurosa prueba de fuego de los últimos días caiga sobre el mundo...

Si Jesús, el Redentor del mundo, oró diciendo: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mat. 26: 39), cuán conveniente es que los mortales finitos se sometan de la misma manera a la sabiduría y la voluntad de Dios.

No podemos contar sino con una vida muy breve, y no sabemos cuándo la saeta de la muerte nos atravesará el corazón. Tampoco sabemos cuándo tendremos que desprendernos del mundo y de todos sus intereses. La eternidad se extiende ante nosotros. El velo está a punto de descorrerse. Unos pocos años más, y para cada uno de nosotros, contado en el número de los vivos, ha de consumarse el mandato: "El que es injusto, sea injusto todavía;... y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía" (Apoc. 22: 11).

¿Estamos preparados? ¿Nos hemos familiarizado con Dios, el Gobernador de los cielos, el Legislador, y con Jesucristo a quien mandó al mundo por representante suyo? Cuando la obra de toda nuestra vida haya terminado ¿podremos decir, como Cristo nuestro ejemplo dijo: "Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese... he manifestado tu nombre"? (Juan 17: 4-6.)

Los ángeles de Dios procuran desviamos de nosotros mismos y de las cosas terrenales. No permitáis que laboren en vano.

E. G. W.

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