LA OBRA DE GUARDAR EL CORAZÓN

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida. Prov. 4:23.

La diligente protección del corazón es esencial para el saludable crecimiento en la gracia. El corazón en su estado natural es una morada para los pensamientos no santificados y las pasiones pecaminosas. Cuando es puesto en sujeción a Cristo, debe ser limpiado por el Espíritu de toda contaminación. Pero esto no puede realizarse sin arrepentimiento de parte de la persona.

Cuando el alma ha sido limpiada, es el deber del cristiano protegerla contra la contaminación. Muchos piensan que la religión de Cristo no exige el abandono de los pecados diarios, la supresión de hábitos que han mantenido el alma en esclavitud. Renuncian a algunas cosas condenadas por la conciencia, pero dejan de representar a Cristo en la vida diaria. No llevan la semejanza de Cristo al hogar. No manifiestan cuidado en la elección de sus palabras. Demasiado a menudo se pronuncian palabras impacientes, palabras que despiertan las peores pasiones del corazón humano. Los tales necesitan la presencia permanente de Cristo en el alma. Unicamente en su fortaleza pueden mantener vigilancia sobre las palabras y las acciones.

En la obra de guardar el corazón debemos ser insistentes en la oración, no cansarnos de rogar al trono de la gracia por ayuda. Aquellos que toman el nombre de cristianos debieran acudir a Dios con sinceridad y humildad, pidiendo ayuda... El cristiano no siempre puede estar en una posición adecuada para la adoración, pero sus pensamientos y sus deseos siempre pueden dirigirse hacia arriba.

El mantenimiento de vuestro corazón en el cielo vigorizará todos vuestros dones y vivificará todos vuestros deberes. El disciplinar la mente para que se espacie en las cosas celestiales, pondrá vida y sinceridad en todos nuestros empeños. Nuestros esfuerzos son lánguidos y corremos con lentitud la carrera cristiana, y manifestamos indolencia y flojedad, porque avaluamos en tan poco el premio celestial. Somos enanos en realizaciones espirituales. Es el privilegio y el deber del cristiano llegar "a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" (Efe. 4:13).

E. G. W.

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