LA PERSECUCIÓN EN LOS PRIMEROS SIGLOS

"Otros experimentaron vituperios, y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles" (Heb. 11: 36).

Cuando Jesús reveló a sus discípulos la suerte de Jerusalén y los acontecimientos de la segunda venida, predijo también lo que experimentaría su pueblo desde el momento en que él fuera quitado de en medio de ellos, hasta el de su segunda venida en poder y gloria para libertarlos. Desde el monte de los Olivos vio el Salvador las tempestades que iban a azotar a la iglesia apostólica y, penetrando aún más en lo porvenir, su ojo vislumbró las fieras y desoladoras tormentas que se desatarían sobre sus discípulos en los tiempos de obscuridad y de persecución que habían de venir...
La historia de la iglesia primitiva atestigua que se cumplieron las palabras del Salvador. Los poderes de la tierra y del infierno se coligaron para atacar a Cristo en la persona de sus discípulos... Los cristianos fueron despojados de sus posesiones y expulsados de sus hogares... Muchos sellaron su testimonio con su sangre.
En las persecuciones más encarnizadas, estos testigos de Jesús conservaron su fe sin mancha... Con palabras de fe, paciencia y esperanza, se animaban unos a otros para soportar la privación y la desgracia. La pérdida de todas las bendiciones temporales no pudo obligarlos a renunciar a su fe en Cristo. Las pruebas y la persecución no eran sino peldaños que los acercaban más al descanso y a la recompensa...
Vanos fueron los esfuerzos de Satanás por destruir la iglesia de Cristo mediante la violencia. La gran lucha en que los discípulos de Jesús entregaban la vida, no cesaba cuando estos fieles portaestandartes caían en su puesto. Triunfaban por su derrota. Los siervos de Dios eran sacrificados, pero su obra seguía siempre adelante. El Evangelio cundía más y más, y el número de sus adherentes iba en aumento.
Dijo un cristiano, reconviniendo a los jefes paganos que trataban de fomentar la persecución: "Atormentadnos, condenadnos, desmenuzadnos, que vuestra maldad es la prueba de nuestra inocencia... De nada os vale... vuestra crueldad". No era mas que una instigación más poderosa para traer a otros a su fe. "Más somos cuanto derramáis más sangre; que la sangre de los cristianos es semilla".
Miles de cristianos eran encarcelados y muertos, pero otros los reemplazaban. Y los que sufrían el martirio por su fe quedaban asegurados para Cristo y tenidos por él como conquistadores. Habían peleado la buena batalla y recibirían la corona de gloria cuando Cristo viniese. Los padecimientos unían a los cristianos unos con otros y con su Redentor (Spiritual Gifts, tomo 4, págs. 39-42).

E. G. W.

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