El otro lado del pecado


Pero si así no lo hacéis, entonces habréis pecado ante Jehová, y sabed que vuestro pecado os alcanzará. Números 32:23.

Hace años tuve la oportunidad de conversar con una señora cuyo problema físico era un misterio para la ciencia médica. Había consultado a los mejores especialistas y nadie sabía decirle cuál era la causa de la parálisis que la atormentaba. Del cuello para abajo estaba prácticamente muerta, y no existía causa física para estar así.

Conocí a esa señora cuando estaba sana y llena de vida. ¿Cuál sería el motivo para que en cuestión de pocos meses quedara en estado deplorable? Mientras conversaba con ella, Dios me ayudó a detectar el origen de su mal. Dicha señora había llevado a muchas personas a la iglesia, había sido de esos miembros trabajadores e incansables, pero en algún momento de su vida cortó la comunión con Cristo y el resultado fue la infidelidad a los votos matrimoniales.

-Pastor, no tengo perdón -decía entre lágrimas-. Conocía la verdad, llevé a mucha gente al bautismo, sabía lo que estaba haciendo, no fui engañada; mi pecado fue consciente, no merezco el perdón.

El sentimiento de culpa de esta mujer era tan grande que creía que su pecado merecía la muerte, y su inconsciente había conseguido prácticamente matar su cuerpo, aunque no terminar con su vida. Tomando sus manos inertes entre las mías y mirándola a los ojos, le dije:

-¿Usted no cree en el perdón que Dios enseñó a tanta gente?

-Tal vez Dios me haya perdonado, pastor dijo ella-, pero yo no me perdono, y nunca me perdonaré.

Y lo más trágico del pecado tal vez esté aquí, querido amigo. No en el hecho de que Dios no sea capaz de perdonamos, sino en la tragedia de que nosotros no queremos aceptar el perdón.

"Vuestro pecado os alcanzará", dice el texto de hoy. Aunque muchas veces tengamos que sufrir las consecuencias de haber quebrantado las leyes naturales, lo que el pecado tiene de pernicioso y destructivo es el complejo de culpa que apaga lentamente el deseo de vivir, de levantarse nuevamente, de recomenzar la comunión con Cristo. Es esa horrible sensación de estar perdido, de sentir que ya no existe una oportunidad; esa lenta destrucción de los valores, de la dignidad y del respeto propio.

Al salir hoy hacia las actividades del día, permitamos que Jesús tome nuestras manos y dejemos que nos guíe por las veredas de justicia. ¿Cómo hacer eso? Teniendo siempre en mente la presencia de Cristo, relacionando con él todo lo que hacemos. Sin duda, tener un himno en el corazón será una fuente permanente de inspiración a lo largo del día. Memorizar el versículo de hoy y repetirlo muchas veces, también ayudará. Aprender a convivir con Cristo es tal vez la tarea más dura del cristiano, pero en eso justamente consiste el cristianismo. Deseo un día maravilloso para todos en el poder y la gracia de Jesús.

Pr. Alejandro Bullón

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