Los sentidos no son confiables


Descendió Sansón a Timnat y vio allí a una mujer de las hijas de los filisteos. Regresó entonces y lo contó a su padre y a su madre, diciendo: "He visto en Timnat una mujer de las hijas de los filisteos; os ruego que me la toméis por mujer" Jueces 14:1, 2.

El otro día conversaba con un joven que, en la opinión de los que lo querían, estaba a punto de tomar una decisión que le traería muchos problemas en el futuro.

-Pastor -dijo el joven-, siento que esto es lo mejor para mí. Es lo que quiero, es lo que me gusta y creo que tengo el derecho a equivocarme.

"He visto una mujer en Timnat", dijo Sansón. Da la impresión de que el joven de mi historia y Sansón se hubiesen puesto de acuerdo para dar la misma respuesta.

Seguramente, los padres de Sansón hicieron todo lo posible para mostrarle al hijo el tremendo error que estaba a punto de cometer. Le hablaron con amor, con energía, trataron de dialogar: "¿No hay mujer entre las hijas de tus hermanos, ni en todo nuestro pueblo", preguntaban (vers. 3). Pero Sansón estaba decidido: "He visto", dijo, "y me agrada"

¿Son confiables nuestros sentimientos? Desdichadamente, mientras llevemos con nosotros la naturaleza con que nacimos, los sentimientos humanos nos traicionarán con frecuencia. Sólo pueden ser una guía segura si están santificados a través de una constante comunión con Jesucristo.

"Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá:", dice el profeta en Jeremías 17:9. Cómo puede una persona que no vive una vida de comunión diaria con Jesús pensar que sus sentimientos son una guía segura y confiable:

El resultado de decidir porque "he visto", porque "me agrada", porque "siento que esto es bueno para mí", contrariando la voluntad de Dios, fue terrible para Sansón. Al final de sus días, sus ojos, esos ojos que determinaban sus decisiones, le fueron arrancados. Ciego, terminó sus días realizando el trabajo de un burro, haciendo girar las ruedas de un molino.

Ese joven que nació con un plan maravilloso para su vida, ese hombre que era la esperanza de su pueblo, que vino para quedar eternamente en la galería de los vencedores, tuvo un triste fin. En un momento de su vida sintió que era "lo mejor" para él, pero se engañó. El tiempo, juez implacable, dictó la sentencia: culpable y condenado.

Que Dios nos ayude en este día a depender de él, a consultarlo, a decidir con él. El es nuestra única garantía de victoria. Separados de él, nada podremos hacer.

Pr. Alejandro Bullón.

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