Un día sabremos la diferencia


Pero todos sus conocidos, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, estaban mirando estas cosas de lejos. S. Lucas 23:49.

Jesús acababa de pasar por el memento de mayor soledad. Acababa de decir: "Padre, Padre, ¿por qué me abandonaste?" Y moría molido por los pecados de la humanidad. Sus discípulos y todos los conocidos, aquellos por quienes había dado la vida, veían "de lejos estas cosas", dice la Escritura. No tuvieron el coraje de acercarse y lo abandonaron.

Generalmente, cuando una persona muere, los amigos se juntan para dar sepultura y honrar la memoria del amigo que se fue. Pero no ocurrió así con Jesús. Todos huyeron, cada uno trató de salvarse de la manera como podía, y apenas uno quedó a su lado durante todo el tiempo; apenas uno fue hasta el pie de la cruz: Juan, el discípulo amado.

¿Quién era Juan? Ese que un día llegó hasta Jesús llevando la herencia de un temperamento incontrolado. Lo llamaban "hijo del trueno". Era impaciente, egoísta e interesado. Pero llegó a Jesús y se acercó a él. Salió de la rutina y de la mediocridad de ser un discípulo más de Jesús. Fue más allá. Aprendió a quedar a solas con su Maestro, recostó su cabeza en el corazón de su Señor, entendió que "sin él nada podía hacer", y el resultado natural de esa comunión fue un cambio complete de su temperamento, al punto que un día llegó a ser llamado "el discípulo del amor".

Jesús tenía doce discípulos. Once participaban de todas las actividades como buenos discípulos. Actualizando la historia, podríamos decir que once eran buenos miembros de iglesia, pero Juan no se contentaba con la rutina. Juan salía de la monotonía y, cuando todos se iban a dormir, él se quedaba con Jesús.

Mientras las cosas andaban en paz, nadie podía ver la diferencia. Aparentemente, todos eran iguales, pero cuando la tormenta sopló, la persecución comenzó y los tiempos críticos llegaron, los once quedaron observando de lejos lo que sucedía, y, finalmente, desaparecieron. El único que quedó junto a Jesús fue el que, saliendo de la rutina, vivió una vida de comunión personal con Cristo.

Las cosas se repetirán en nuestros días. Hoy pueden estar juntos el trigo y la cizaña; hoy pueden congregarse en la misma iglesia las vírgenes prudentes y las vírgenes fatuas; hoy, nadie puede decir quién es quién. Pero cuando la tormenta llegue, sólo permanecerán firmes los que, habiendo salido de la mediocridad de una vida cristiana formal y rutinaria, vivieron las delicias de una experiencia personal de comunión con Cristo. Vive hoy un día de comunión con el Señor.

Pr. Alejandro Bullón

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