El capítulo que no debería existir


Pasado el luto, envió David por ella, la trajo a su casa y la hizo su mujer; ella le dio a luz un hijo. Pero esto que David había hecho fue desagradable ante los ojos de Jehová 2 Samuel 11:27.

El capítulo 11 del segundo libro de Samuel nunca debería haber sido registrado en las Escrituras. Este capítulo es un retrato de la miseria y vileza de la que es capaz el ser humano cuando rompe su comunión diaria con Dios. Pero el capítulo está ahí, como una prueba de que por más doloroso que sea, el pecado es parte de la experiencia humana. Es justamente por eso que Jesús se hizo hombre: para solucionar esta triste situación.

Adulterio y homicidio juntos. ¿Cómo pudo aquel que fue un pastorcito inocente, que en el nombre de Dios había matado osos y leones y acabado con el gigante Goliat, ser capaz de un doble pecado, tan repugnante a los ojos de Dios?

El incidente registrado en este capítulo debería recordarnos siempre que no somos siquiera capaces de imaginar las profundidades a las cuales podemos descender si nos soltamos del brazo poderoso de Jesús.

A veces, ante la noticia de alguien que se hirió en la lucha contra el pecado, preguntamos: "¿Cómo fue capaz de hacer eso?" El hombre carnal es capaz de eso y de mucho más. El capítulo 1 de la epístola a los Romanos nos muestra el cuadro del hombre que no le concede un lugar a Dios en su existencia. Está entregado a pasiones infames, a inmundicias y a la concupiscencia de su corazón.

Gracias a Dios que no existe solamente el capítulo 11 en 2ª de Samuel. Alabado sea el Señor por el capítulo 12. Gracias al Señor porque el hombre es confrontado con su propia conciencia, que no es otra cosa que la voz del Espíritu Santo; y gracias, sobre todo, porque la gracia redentora del Padre es capaz de tocar el corazón del hijo. David volvió en sí, reconoció la miseria de su situación, se dio cuenta de que había actuado como un monstruo, se encontró lejos del reino de Dios, en la tierra de la culpa, la locura y la muerte, y desde allí gritó: "Señor, pequé, ten compasión de mí".

El Salmo 51 registra el clamor del corazón penitente de un hombre que percibió la enormidad de su pecado, el grito desesperado de alguien que siente que Dios debe hacer un trasplante de corazón en su vida. David reconoce que nació pecador, que el virus del mal está en cada partícula de su ser, pero no se conforma con esa situación, y clama: "Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve" (vers. 7).

Cuando el Espíritu Santo nos muestra nuestra realidad, no lo hace para llevarnos a la desesperación o al suicidio, sino para ayudarnos a entender el valor del remedio. "Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio" (S. Juan 16:8). Convencernos sólo de pecado no tendría valor sin la justicia de Cristo, al paso que mostrarnos sólo la justicia no tendría mucho sentido sin mostrarnos el juicio, el cual debemos enfrentar sin miedo, a pesar de nuestro pasado escabroso, porque ya fue perdonado por Jesús.


Pr. Alejandro Bullón

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