Nos libertó y nos habló con amor


Sucedió que en el año treinta y siete del cautiverio de Joaquín, rey de Judá, en el mes duodécimo, a los veinticinco días del mes, Evil-merodac, rey de Babilonia, en el año primero de su reinado, levantó la cabeza de Joaquín, rey de Judá, y lo sacó de la cárcel. Jeremías 52:31.

La historia de la liberación del rey Joaquín se encuentra registrada dos veces en las escrituras (ver 2 Reyes 25:27-30). Y si Dios permite que esta historia se repita, casi con las mismas palabras, debe ser porque existe en ella un mensaje muy importante para nosotros.

Joaquín comenzó a reinar en Judá cuando tenía 18 años, y era un joven inexperto (aunque la juventud no debe ser culpada por vivir apartado de Dios). "E hizo lo malo ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho su padre", dice el registro sagrado (2 Reyes 24:9). Aquí hay un mensaje importante para los padres: se refiere a la influencia ejercida sobre sus hijos con su vida y ejemplo.

El mal siempre trae consecuencias, y apartado del Dios todopoderoso, el reino de Judá no podía durar mucho tiempo. El enemigo vino, destruyó todo y arrasó la historia del pueblo al romper en pedazos "todos los utensilios de oro que había hecho Salomón, rey de Israel, en la casa de Jehová" (vers. 13). Generalmente, el pecado arruina todo: el nombre, la imagen, los valores... en fin, no deja nada.

Joaquín fue llevado prisionero a Babilonia y allí, en una estrecha y humilde prisión, desperdició el resto de su juventud. Había reinado apenas tres meses cuando fue preso. Una vida que podía haber sido una bendición para su pueblo, quedó destruida por la insensatez de vivir apartado de la única fuente de seguridad que el ser humano puede tener. Treinta y siete años después subió al poder Evil-merodac, y mandó llamar al cansado prisionero. Joaquín tenía 55 años de edad. El texto bíblico dice que el rey hizo cuatro cosas con Joaquín: lo sacó de la prisión, le habló suavemente, le cambió el vestido de presidiario y lo alimentó diariamente hasta el fin de sus días.

La figura del rey de Babilonia aparece aquí como un tipo de Cristo, que un día nos encontró en la prisión de nuestros sentimientos, de nuestro pasado, encadenados a traumas y complejos que no nos permitían ser felices, y nos liberó. Nos habló suavemente y con amor, diciendo: "Hijo, te amo tal como eres, aunque hayas desperdiciado toda tu vida en una prisión inmunda; nunca dejé de creer en ti. Ven hoy a mis brazos de amor". Después nos quitó las ropas inmundas de prisioneros, sacó la vergüenza de nuestro triste pasado y al vestirnos con sus blancas vestiduras de justicia, nos devolvió la dignidad y las posibilidades futuras.

Pero la salvación no termina sólo en el perdón. Él nos redimió para que vivamos de ahora en adelante una vida de victoria, para que seamos santos y reflejemos cada día su carácter. Por eso preparó nuestra subsistencia, la porción de cada día, en su día, todos los días de la vida. ¡Alabado sea Dios por esto!

Pr. Alejandro Bullón

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