Gloríate en la tribulación


Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia. Romanos 5:3.

Para Francisco, aceptar a Jesús significó la renuncia a muchas cosas: sus amigos lo abandonaron; sus familiares no quisieron saber nada de él y lo declararon persona indeseable; su negocio comenzó a fallar, porque las mejores ventas las había realizado los sábados.

Pocos meses después perdió el hijo mayor en un accidente de tránsito, y todo el mundo decía de que las tribulaciones por las que pasaba eran porque había quebrantado un voto de fidelidad que había hecho en otro tiempo a Nuestra Señora Aparecida.

Cuando conversé con él, traté de animarlo y mostrarle que no entendemos los caminos de Dios, pero que ellos son siempre los mejores para nosotros. "No se preocupe, pastor", dijo Francisco, y mencionó el versículo de hoy: "Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia".

Los músculos se hacen fuertes en el dolor del ejercicio diario. Las ampollas logran que nuestras manos se tornen duras. El fuego hace que el oro sea cada vez más puro, y la lapidación permite que el diamante bruto adquiera las formas delicadas que dejan traslucir toda su belleza.

Naturalmente, el ser humano no fue creado para sufrir y, por lo tanto, rechaza todo lo que es doloroso. Huye de lo que provoca lágrimas, prefiere el consuelo de una cama suave a la dureza del asfalto en una noche fría.

Nunca te sientas mal por no gustar del sufrimiento; es natural que así sea. Pero no te desesperes cuando lleguen las tribulaciones, porque ellas producen paciencia.

En la vida cristiana nada es más importante, después de Cristo, que la paciencia o la perseverancia. "El que persevere hasta el fin, éste será salvo encontramos muchas veces en la Biblia (S. Marcos 13:13). En el desierto de esta vida quedaron muchos cuerpos de quienes se desanimaron y abandonaron la lucha. Fueron los que no consiguieron pasar por el valle de las tribulaciones. Pensaron que Dios los había abandonado. Se creyeron injustamente tratados y olvidados; no se gloriaron en las tribulaciones, no agradecieron por las lágrimas, no alabaron el nombre de Dios por la adversidad. Como resultado, nunca desarrollaron un carácter a toda prueba, cayeron en las arenas calientes del desierto, abandonaron el camino y perdieron de vista la tierra prometida.

Puede ser para mí muy fácil escribir esto, porque al hacerlo ninguna tormenta está envolviendo mi vida, pero le pido a Dios que cuando el invierno llegue y los vientos helados castiguen mi rostro, me dé fuerzas para tomarme de su brazo poderoso y aceptar con resignación las inclemencias de la vida, "sabiendo que la tribulación produce paciencia", y que sólo los que perseveran hasta el fin serán salvos.

Pr. Alejandro Bullón

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