LA INSTRUCCIÓN DE DIOS DEBE SER CUIDADOSAMENTE APRECIADA

"Dijo Jehová a Samuel: ¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey" (1 Sam 16:1).

Cuando Dios llamó a David del redil de su padre para ungirlo como rey de Israel, vio en él uno a quien podía impartir su Espíritu. David era sensible a la influencia del Espíritu Santo, y el Señor en su providencia lo preparó para su servicio, capacitándolo para llevar a cabo sus propósitos...

Cuánto se gozó David de triunfar en Dios y en su relación con el Altísimo: "¿Quién es Dios sino sólo Jehová? ¿Y qué roca hay fuera de nuestro Dios? ... Viva Jehová y bendita sea mi roca, y enaltecido sea el Dios de mi salvación". Él es mi fuerza y mi poder. Él es la fuente y el fundamento de toda bendición. Él ha de ser como la sombra de una gran roca en tierra árida. Él es mi fortaleza y mi apoyo. Él es quien me guarda en seguridad. En él he de confiar...

Después que David fue ungido como rey de Israel, Dios no lo encomió por su posición enaltecida ni por su dignidad y la extensión de su poder, sino que lo instruyó en relación a las obligaciones que pesaban sobre él. Esta instrucción debería ser cuidadosamente apreciada como la Palabra del Señor por aquellos que deban seguir a David como dirigentes de su pueblo. Ha de ser repetida con frecuencia como consejo para las futuras generaciones. Aquellos que ocupan posiciones de responsabilidad en la causa de Dios hoy, ¿estudian estas instrucciones con humildad y oración en sus corazones solicitando la orientación del Señor?

Cuanto más pesadas sean las responsabilidades que se llevan, tanto más humilde se debería ser y más celoso de sí mismo, para no perder la confianza en Dios ni llegar a ser altivos, arrogantes y presuntuosos. Este es el peligro que amenaza a quienes han sido especialmente favorecidos por Dios. A menos que sean doctos en la sabiduría divina y se afanen por revelar los atributos de Dios, estarán en peligro de creer que son suficientes para todas las cosas...

Aquellos que estén en posiciones de responsabilidad deben ser hombres y mujeres que teman a Dios, que tengan bien claro en sus mentes que no son más que seres humanos. Deben ser personas que gobiernen bajo la tutela de Dios y para él. ¿Le comunicarán la voluntad de Dios a su pueblo? ¿Permitirán que el egoísmo empañe sus palabras y sus acciones? Luego de conquistar la confianza del pueblo como dirigentes sabios, que temen a Dios y guardan sus mandamientos, ¿empequeñecerán la posición exaltada que el pueblo de Dios debiera ocupar en estos días de peligro? Por abrigar un espíritu de confianza propia, ¿se transformarán en falsos orientadores que guiarán al pueblo a amistarse con el mundo en vez de mostrarles el camino al cielo? (Manuscrito 163, 1902).

E. G. White

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