DESDE LA TUMBA A LA GLORIA
Y oré a Jehová en aquel tiempo, diciendo. . . Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano. Pero Jehová se había enojado contra mí a causa de vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo Jehová: Basta, no me hables más de este asunto. (Deut. 3: 23, 25, 26).
Nunca, hasta que se ejemplificaron en el sacrificio de Cristo, se manifestaron la justicia y el amor de Dios más señaladamente que en sus relaciones con Moisés. Dios le vedó la entrada a Canaán para enseñar una lección que nunca debía olvidarse; a saber, que él exige una obediencia estricta y que los hombres deben cuidar de no atribuirse la gloria que pertenece a su Creador. No podía conceder a Moisés lo que pidiera al rogar que le dejara participar en la herencia de Israel; pero no olvidó ni abandonó a su siervo. El Dios del cielo comprendía los sufrimientos que Moisés había soportado; había observado todos los actos de su fiel servicio a través de los largos años de conflicto y prueba. En la cumbre de Pisga, Dios llamó a Moisés a una herencia infinitamente más gloriosa que la Canaán terrenal.
En el monte de la transfiguración, Moisés estuvo presente con Elías, quien había sido trasladado. Fueron enviados como portadores de la luz y la gloria del Padre para su Hijo. Y así se cumplió por fin la oración que elevara Moisés tantos siglos antes. Estaba en el "buen monte", dentro de la heredad de su pueblo. . .
Moisés fue un tipo o figura de Cristo. . . Dios tuvo a bien disciplinar a Moisés en la escuela de la aflicción y la pobreza, antes de que estuviera preparado para conducir las huestes de Israel hacia la Canaán terrenal. El Israel de Dios, que viaja hacia la Canaán celestial, tiene un Capitán que no necesitó enseñanzas humanas que le prepararan para su misión de conductor divino; no obstante fue perfeccionado por el sufrimiento; "Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados". . . Nuestro Redentor no manifestó las imperfecciones ni las debilidades humanas; pero murió a fin de obtener nuestro derecho a entrar en la tierra prometida.
"Moisés a la verdad fue fiel sobre toda su casa, como siervo. . . mas Cristo como hijo, sobre su casa; la cual casa somos nosotros, si hasta el cabo retuviéramos firme la confianza Y la gloria de la esperanza"(Heb. 3: 5, 6) (Patriarcas y Profetas, págs. 512, 513).
E. G. White
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