EL PODER DE DIOS ESTÁ DISPONIBLE PARA DARNOS LA VICTORIA
"Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia" (2 Ped. 1: 3).
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Hemos de ser partícipes del conocimiento. Cada vez que veo una ilustración que representa la ocasión cuando Satanás tentó a Cristo en el desierto y describe al tentador bajo la forma de un monstruo horrendo, pienso: ¡cuán poco conocen de la Biblia los artistas! Antes de su caída Satanás era el ángel más allegado Cristo, el ángel de rango más elevado en el cielo. Por lo tanto, cuán necio es suponer que se presentara ante Cristo en el desierto tal como lo describe la ilustración "El juego de la vida". Algunos han visto ese cuadro. Después que el Salvador había ayunado por cuarenta días y cuarenta noches, "tuvo hambre". Entonces se manifestó Satanás. Se presentó como un hermoso ángel del cielo y afirmó haber sido enviado por Dios para darle a conocer a Cristo que debía poner fin al ayuno. "Si eres Hijo de Dios --le dijo-- dí que estas piedras se conviertan en pan". Pero en esta insinuación de desconfianza, Cristo reconoció al enemigo cuyo poder había venido a resistir en la tierra. El no aceptaría el desafío, ni habría de ser movido por la tentación...
Cristo se apegó a cada palabra de Dios y así venció. Si cada vez que padeciéramos una tentación adoptáramos esta misma postura, negándonos a coquetear con la tentación o a argüir con el enemigo, esa misma experiencia sería nuestra. Somos derrotados cuando nos detenemos a razonar con el diablo. A nosotros nos corresponde, individualmente, saber que estamos del lado correcto en la contienda, que apoyamos la verdad a la vista del Señor, y allí permanezcamos. Es de este modo como podemos recibir el poder prometido, por el que obtenemos "todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad por medio del conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia".
Existe la realidad de ser partícipes de la naturaleza divina. Todos seremos tentados en diversas maneras, pero en tales circunstancias es necesario que recordemos que hay una provisión mediante la cual podemos vencer... El que verdaderamente cree en Cristo es hecho partícipe de la naturaleza divina, y tiene un poder del cual puede apropiarse frente a cada tentación. No caerá en ésta ni será abandonado a la derrota. En tiempo de prueba reclamará las promesas, y gracias a ellas escapará de las corrupciones que llenan el mundo por la concupiscencia.
Pensamos que nos cuesta permanecer en esta posición ante el mundo; y así es. Pero, ¿cuánto costó nuestra salvación al universo celestial? Para hacernos partícipes de la naturaleza divina el Cielo dio su más preciado tesoro. El Hijo de Dios puso a un lado su manto real y su corona regia, y vino a nuestro mundo como un niño (Manuscrito 9a, 1908).
E. G. White
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Cristo se apegó a cada palabra de Dios y así venció. Si cada vez que padeciéramos una tentación adoptáramos esta misma postura, negándonos a coquetear con la tentación o a argüir con el enemigo, esa misma experiencia sería nuestra. Somos derrotados cuando nos detenemos a razonar con el diablo. A nosotros nos corresponde, individualmente, saber que estamos del lado correcto en la contienda, que apoyamos la verdad a la vista del Señor, y allí permanezcamos. Es de este modo como podemos recibir el poder prometido, por el que obtenemos "todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad por medio del conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia".
Existe la realidad de ser partícipes de la naturaleza divina. Todos seremos tentados en diversas maneras, pero en tales circunstancias es necesario que recordemos que hay una provisión mediante la cual podemos vencer... El que verdaderamente cree en Cristo es hecho partícipe de la naturaleza divina, y tiene un poder del cual puede apropiarse frente a cada tentación. No caerá en ésta ni será abandonado a la derrota. En tiempo de prueba reclamará las promesas, y gracias a ellas escapará de las corrupciones que llenan el mundo por la concupiscencia.
Pensamos que nos cuesta permanecer en esta posición ante el mundo; y así es. Pero, ¿cuánto costó nuestra salvación al universo celestial? Para hacernos partícipes de la naturaleza divina el Cielo dio su más preciado tesoro. El Hijo de Dios puso a un lado su manto real y su corona regia, y vino a nuestro mundo como un niño (Manuscrito 9a, 1908).
E. G. White
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