EL PODER SALVADOR DE JESÚS
Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. (2 Cor. 12: 9.)
Nuestro precioso Salvador nos ha invitado a unimos a él, y unir nuestra debilidad con su fortaleza, nuestra ignorancia con su sabiduría, nuestra indignidad con su virtud.
La precisión rígida en la obediencia a la ley no dará el derecho a ningún hombre a entrar en el reino de los cielos.
Es necesario un nuevo nacimiento, una mente nueva por la operación del Espíritu de Dios que purifique la vida y ennoblezca el carácter. Esta relación con Dios prepara al hombre para el glorioso reino de los cielos.
Debe haber un poder que obre en el interior, una vida nueva de lo alto, antes de que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Solamente su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma, y atraerlas a Dios, a la santidad... La idea de que solamente es necesario desarrollar lo bueno que existe en el hombre por naturaleza, es un engaño fatal. "El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (1 Cor. 2: 14). De Cristo está escrito: "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres", el único "nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Juan 1: 4; Hech. 4: 12).
El apóstol Pablo... ansiaba la pureza, la justicia que no podía alcanzar por sí mismo, y dijo: "¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7: 24). La misma exclamación ha subido en todas partes y en todo tiempo, de corazones sobrecargados. No hay más que una contestación para todos: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1: 29).
E. G. W.
Nuestro precioso Salvador nos ha invitado a unimos a él, y unir nuestra debilidad con su fortaleza, nuestra ignorancia con su sabiduría, nuestra indignidad con su virtud.
La precisión rígida en la obediencia a la ley no dará el derecho a ningún hombre a entrar en el reino de los cielos.
Es necesario un nuevo nacimiento, una mente nueva por la operación del Espíritu de Dios que purifique la vida y ennoblezca el carácter. Esta relación con Dios prepara al hombre para el glorioso reino de los cielos.
Debe haber un poder que obre en el interior, una vida nueva de lo alto, antes de que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Solamente su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma, y atraerlas a Dios, a la santidad... La idea de que solamente es necesario desarrollar lo bueno que existe en el hombre por naturaleza, es un engaño fatal. "El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (1 Cor. 2: 14). De Cristo está escrito: "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres", el único "nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Juan 1: 4; Hech. 4: 12).
El apóstol Pablo... ansiaba la pureza, la justicia que no podía alcanzar por sí mismo, y dijo: "¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7: 24). La misma exclamación ha subido en todas partes y en todo tiempo, de corazones sobrecargados. No hay más que una contestación para todos: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1: 29).
E. G. W.
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