COMO CRISTO
Le causaron amargura, le asaetearon, y le aborrecieron los arqueros; mas su arco se mantuvo poderoso. (Gén. 49: 23, 24).
La vida de José ilustra la vida de Cristo. Fue la envidia la que impulsó a los hermanos de José a venderlo como esclavo.
Esperaban impedir que llegase a ser superior a ellos. Y cuando fue llevado a Egipto, se vanagloriaron de que ya no serían molestados con sus sueños y de que habían eliminado toda posibilidad de que éstos se cumplieran. Pero su proceder fue contrarrestado por Dios y él lo hizo servir para cumplir el mismo acontecimiento que trataban de impedir. De la misma manera los sacerdotes y dirigentes judíos sintieron celos de Cristo y temieron que desviaría de ellos la atención del pueblo. Le dieron muerte para impedir que llegase a ser rey, pero al obrar así provocaron ese mismo resultado.
Mediante su servidumbre en Egipto, José se convirtió en el salvador de la familia de su padre. No obstante, este hecho no aminoró la culpa de sus hermanos. Asimismo la crucifixión de Cristo por sus enemigos le hizo Redentor de la humanidad, Salvador de la raza perdida y soberano de todo el mundo; pero el crimen de sus asesinos fue tan execrable como si la mano providencial de Dios no hubiese dirigido los acontecimientos para su propia gloria y para bien de los hombres.
Así como José fue vendido a los paganos por sus propios hermanos, Cristo fue vendido a sus enemigos más enconados por uno de sus discípulos. José fue acusado falsamente y arrojado a una prisión por su virtud; asimismo Cristo fue menospreciado y rechazado porque su vida recta y abnegada reprendía el pecado: y aunque no fue culpable de mal alguno, fue condenado por el testimonio de testigos falsos. La paciencia y la mansedumbre de José bajo la injusticia y la opresión, el perdón que otorgó espontáneamente y su noble benevolencia para con sus hermanos inhumanos, representan la paciencia sin quejas del Salvador en medio de la malicia y el abuso de los impíos, y su perdón que otorgó no sólo a sus asesinos, sino también a todos los que se alleguen a él confesando sus pecados y buscando perdón (Patriarcas y Profetas, págs. 244, 245).
E. G. W.
La vida de José ilustra la vida de Cristo. Fue la envidia la que impulsó a los hermanos de José a venderlo como esclavo.
Esperaban impedir que llegase a ser superior a ellos. Y cuando fue llevado a Egipto, se vanagloriaron de que ya no serían molestados con sus sueños y de que habían eliminado toda posibilidad de que éstos se cumplieran. Pero su proceder fue contrarrestado por Dios y él lo hizo servir para cumplir el mismo acontecimiento que trataban de impedir. De la misma manera los sacerdotes y dirigentes judíos sintieron celos de Cristo y temieron que desviaría de ellos la atención del pueblo. Le dieron muerte para impedir que llegase a ser rey, pero al obrar así provocaron ese mismo resultado.
Mediante su servidumbre en Egipto, José se convirtió en el salvador de la familia de su padre. No obstante, este hecho no aminoró la culpa de sus hermanos. Asimismo la crucifixión de Cristo por sus enemigos le hizo Redentor de la humanidad, Salvador de la raza perdida y soberano de todo el mundo; pero el crimen de sus asesinos fue tan execrable como si la mano providencial de Dios no hubiese dirigido los acontecimientos para su propia gloria y para bien de los hombres.
Así como José fue vendido a los paganos por sus propios hermanos, Cristo fue vendido a sus enemigos más enconados por uno de sus discípulos. José fue acusado falsamente y arrojado a una prisión por su virtud; asimismo Cristo fue menospreciado y rechazado porque su vida recta y abnegada reprendía el pecado: y aunque no fue culpable de mal alguno, fue condenado por el testimonio de testigos falsos. La paciencia y la mansedumbre de José bajo la injusticia y la opresión, el perdón que otorgó espontáneamente y su noble benevolencia para con sus hermanos inhumanos, representan la paciencia sin quejas del Salvador en medio de la malicia y el abuso de los impíos, y su perdón que otorgó no sólo a sus asesinos, sino también a todos los que se alleguen a él confesando sus pecados y buscando perdón (Patriarcas y Profetas, págs. 244, 245).
E. G. W.
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