El secreto para cambiar la vida
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Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. 2 Corintios 4: 6.
Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. 2 Corintios 4: 6.
Cristo nos encarga que brillemos como luces en el mundo, y que lo hagamos reflejando la luz de Dios que resplandece en el rostro de Jesucristo. ¿Quién entre nosotros lo está haciendo? ¿Brillan nuestras vidas con esa luz admirable? Dios espera que cada uno de nosotros refleje su imagen ante el mundo. Se nos guía paso a paso para que progresemos. Hemos caminado y trabajado por fe, y necesitamos disciplinarnos para soportar tribulaciones como buenos soldados de Jesucristo.
Necesitamos mentes fuertes y buenas que no se desanimen fácilmente, mentes educadas para enfrentar las dificultades que se presentarán, mentes dispuestas a luchar y solucionar arduos problemas. Debemos enarbolar el estandarte de la verdad en los pueblos y ciudades de las inmediaciones. Debemos ver qué hay que hacer y hacerlo en el amor y el temor de Dios. Cuando hayamos avanzado tanto como podamos por fe, entonces el Señor obrará en nuestro favor.
Es Dios quien nos inspiró para que comenzáramos esta obra. Hemos avanzado paso a paso, orando, creyendo y trabajando. Dios es el Autor de nuestra fe, y cuando cada uno de nosotros hace individualmente su parte, él perfecciona la obra, para glorificar su propio nombre cuando ésta termine. El Señor inspira a sus obreros consagrados para que trabajen, no de acuerdo con lo que ven, sino como el Señor ve las cosas.
Necesitamos fortalecer nuestras almas con esperanza, la hermana gemela de la fe. Los obreros de Dios deben vivir en perfecta sumisión a la voluntad de Dios. Existe el peligro de que obremos en contra de la voluntad de Dios; porque el hombre quiere obrar a su modo, suponiendo que es la mejor forma de cumplir los propósitos del Señor. Pero no podemos actuar a nuestro gusto y manera. Dios debe obrar en nosotros, por nosotros y por medio de nosotros. Debemos ser en las manos de Dios como la arcilla en las del alfarero, para que él nos modele de acuerdo con la semejanza divina.
Nuestros corazones necesitan ser plenamente consagrados a Dios. No tratemos de hacer las cosas a nuestro modo. Dios nos ha dado su verdad para santificar, refinar y ennoblecer plenamente al hombre. "Pues la voluntad de Dios" con respecto a vosotros, dijo, "es vuestra santificación" (1 Tesalonicenses 4: 3)
(Manuscrito 70, del 26 de febrero de 1899, "Colaboradores de Dios").
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