VENGANZA DIVINA

No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. (Rom. 12: 19).

Aunque Nabal había desatendido al grupo necesitado compuesto por David y sus hombres, esa misma noche ofreció una fiesta dispendioso para sí mismo y sus amigos bulliciosos, y se excedió en comer y beber hasta hundirse en un estupor de borracho (Manuscrito 17, 1891).

A Nabal no le preocupaba gastar una cantidad exorbitante de su fortuna en complacerse y glorificarse a sí mismo; pero le parecía un sacrificio demasiado penoso compensar a los que habían sido como un muro para sus rebaños y manadas con algo que no afectaría mayormente su presupuesto. Nabal era como el hombre rico de la parábola. Tenía sólo un pensamiento: usar los dones misericordiosos de Dios para complacer sus egolátricos apetitos sensuales. No tenía un pensamiento de gratitud para el Dador. No era rico para con Dios porque el tesoro eternal no le atraía. El pensamiento absorbente de su vida era la riqueza presente, la ganancia presente. Eso era su dios (SDA Bible Commentary, tomo 2 págs. 1021, 1022).

Nabal era un cobarde; y cuando se dio cuenta de cuán cerca su tontería le había llevado de una muerte repentina, quedó como herido de un ataque de parálisis. Temeroso de que David continuase con su propósito de venganza, se llenó de horror, y cayó en una condición de insensibilidad inconsciente. Diez días después falleció. La vida que Dios le había dado, sólo había sido una maldición para el mundo. En medio de su alegría y regocijo, Dios le había dicho, como le dijo al rico de la parábola: "Esta noche vuelven a pedir tu alma" (Luc. 12: 20) (Patriarcas y Profetas, pág. 725).

Cuando David se enteró de la muerte de Nabal, agradeció a Dios que había tomado la venganza en sus propias manos.

Había sido alejado del mal, y el Señor había devuelto la maldad del impío sobre su propia cabeza. Al observar en este incidente la forma en que trató Dios con Nabal y David, los hombres pueden sentirse alentados a poner sus casos en las manos de Dios, que en el momento apropiado él arreglará las cosas (SDA Bible Commentary, tomo 2, pág. 1022).


E. G. White

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