EL REMORDIMIENTO DE DAVID FUE TAN GRANDE COMO SU CULPA

"Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados" (Isa. 57:15).

Rara vez un pecador se siente de buen ánimo ante un mensaje de admonición. . . ¡Cuán poca simpatía revelan hacia quien es portador de la pesada responsabilidad que el Señor ha impuesto sobre sus hombros! Asumen el papel de un mártir y creen ser merecedores de gran compasión, porque han sido amonestados y aconsejados en forma contraria a sus propias ideas y sentimientos. Pueden admitir algunas cosas, pero con tenaz persistencia se aferran a sus errores y a sus ideas personales. "Porque como el pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Para todo intento y propósito la Palabra de Dios es rechazada...

¡Cuán diferente era el carácter de David! Si bien había pecado, al recibir la clara reprensión divina se humilló ante el castigo del Señor. David era el amado de Dios, no porque fuese un hombre perfecto, sino porque no abrigó una terca resistencia a la clara voluntad de Dios. Su espíritu jamás se alzó para resistir la reprensión...

David cometió un gran error, pero desplegó una humildad tan manifiesta que su contrición llegó a ser tan profunda como su culpa. Nadie ha manifestado tanta humildad como David ante la comprensión de su pecado. Demostró ser un hombre fuerte, no siempre en la resistencia a la tentación, sino en la contrición de alma y sincera penitencia. Nunca perdió su confianza en Dios, quien puso solemnes reprensiones en labios de su profeta. Tampoco manifestó odio por el profeta de Dios. Y fue amado porque confió en la misericordia del Dios a quien amaba, servía y honraba.

Al que mucho se perdona mucho ama. David no buscó el consejo de los que pecaban contra Dios. Esto es algo en lo que muchos fracasan. Los que así hacen han quedado en la oscuridad de la medianoche porque han elegido el consejo de quienes no caminan en armonía con los mandatos del Señor. Estos disculparán el pecado en el pecador aun cuando no se haya arrepentido y pasarán por alto errores que Dios no ha perdonado. David confió más en Dios que en el hombre. La decisión del Señor siempre fue aceptada como justa y misericordiosa. ¡Oh, cuántos andan a tientas y guían a otros en la misma senda en la que ambos perecerán por no haber prestado oído a la reprensión del Espíritu de Dios! (Manuscrito 1a, 1890).

E. G. White

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