DECLARACIÓN DE AMOR
Por tanto, he salido a encontrarte, buscando diligentemente tu rostro, y te he hallado. Prov. 7:15.
A lo largo de casi cuatro décadas he viajado por muchos países y he hablado del amor de Jesús a multitudes, en estadios, teatros, plazas públicas y en los más diversos y extraños tipos de auditorios.
En cierta ocasión hablé en la playa de Camboriú, en la ciudad de Victoria, Brasil. Miles de personas sentadas en sillas de playa o de pie, oían los mensajes de esperanza extraídos de la Biblia. En esa ocasión el Señor alcanzó a Erico. Semi drogado, andaba dando vueltas por la playa cuando se encontró con el mensaje de Dios. Los himnos cantados enternecieron su corazón y en la penumbra de su mente embotada por la droga, brilló la esperanza de regeneración y libertad.
Conocí a Erico años después. Sus ojos brillaban de emoción cuando me contó que aquella noche había salido de casa al encuentro de amigos y de más droga y que, sin embargo, encontró a Jesús.
Aunque muchos, al igual que Erico, creen que un día encontraron a Jesús, la verdad es que fue Jesús el que los encontró a ellos, porque fue él quien los buscó. Erico salió aquella noche para buscar drogas, pero no sabía que un día Jesús saldría de los cielos para buscar a Erico.
El ser humano, por naturaleza, solo busca aquello que lo hace sufrir. Somos extrañamente incoherentes. El dolor nos aterroriza y, sin embargo, lo buscamos. Queremos desesperadamente alcanzar la felicidad, pero huimos de ella siguiendo nuestros propios caminos. Nada nos sale bien, pero insistimos, hasta que un día caemos, agotados, sin saber adonde ir ni qué hacer.
El otro día vi a un bebé de ocho meses chupando limón. Lo chupaba y después ponía cara fea y lloraba, pero continuaba buscando el limón.
Si dependiera de nosotros, pasaríamos la vida buscando lo que nos destruye, deambulando en las sombras de la noche por las playas de la vida, sin horizontes. Si dependiera de la búsqueda loca de nuestro corazón, encontraríamos solamente frustración y vacío, pero gracias a Dios que un día el Señor Jesucristo dejó todo y vino a buscarnos.
El versículo de hoy expresa la más bella declaración de amor que el ser humano jamás podría oír. Lleva esa declaración contigo hoy: "Por tanto, he salido a encontrarte, buscando diligentemente tu rostro, y te he hallado".
A lo largo de casi cuatro décadas he viajado por muchos países y he hablado del amor de Jesús a multitudes, en estadios, teatros, plazas públicas y en los más diversos y extraños tipos de auditorios.
En cierta ocasión hablé en la playa de Camboriú, en la ciudad de Victoria, Brasil. Miles de personas sentadas en sillas de playa o de pie, oían los mensajes de esperanza extraídos de la Biblia. En esa ocasión el Señor alcanzó a Erico. Semi drogado, andaba dando vueltas por la playa cuando se encontró con el mensaje de Dios. Los himnos cantados enternecieron su corazón y en la penumbra de su mente embotada por la droga, brilló la esperanza de regeneración y libertad.
Conocí a Erico años después. Sus ojos brillaban de emoción cuando me contó que aquella noche había salido de casa al encuentro de amigos y de más droga y que, sin embargo, encontró a Jesús.
Aunque muchos, al igual que Erico, creen que un día encontraron a Jesús, la verdad es que fue Jesús el que los encontró a ellos, porque fue él quien los buscó. Erico salió aquella noche para buscar drogas, pero no sabía que un día Jesús saldría de los cielos para buscar a Erico.
El ser humano, por naturaleza, solo busca aquello que lo hace sufrir. Somos extrañamente incoherentes. El dolor nos aterroriza y, sin embargo, lo buscamos. Queremos desesperadamente alcanzar la felicidad, pero huimos de ella siguiendo nuestros propios caminos. Nada nos sale bien, pero insistimos, hasta que un día caemos, agotados, sin saber adonde ir ni qué hacer.
El otro día vi a un bebé de ocho meses chupando limón. Lo chupaba y después ponía cara fea y lloraba, pero continuaba buscando el limón.
Si dependiera de nosotros, pasaríamos la vida buscando lo que nos destruye, deambulando en las sombras de la noche por las playas de la vida, sin horizontes. Si dependiera de la búsqueda loca de nuestro corazón, encontraríamos solamente frustración y vacío, pero gracias a Dios que un día el Señor Jesucristo dejó todo y vino a buscarnos.
El versículo de hoy expresa la más bella declaración de amor que el ser humano jamás podría oír. Lleva esa declaración contigo hoy: "Por tanto, he salido a encontrarte, buscando diligentemente tu rostro, y te he hallado".
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