DIOS SE ACUERDA DE LOS SUYOS
¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo. (Apoc. 12: 12).
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En todos los tiempos los testigos señalados por Dios se han expuesto al vituperio y la persecución por amor a la verdad. José fue calumniado y perseguido. . . David, el mensajero escogido de Dios, fue perseguido por sus enemigos. . . Esteban fue apedreado porque predicó a Cristo y su crucifixión. Pablo fue encarcelado, azotado con varas, apedreado y finalmente muerto. . . Juan fue desterrado a la isla de Patmos "por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo'.
Estos ejemplos de constancia humana atestiguan la fidelidad de las promesas de Dios, su constante presencia y su gracia sostenedora. Testifican del poder de la fe para resistir a las potestades del mundo (Los Hechos de los Apóstoles, págs. 459, 460).
Los tiempos de apuro y angustia que nos esperan requieren una fe capaz de soportar el cansancio, la demora y el hambre, una fe que no desmaye a pesar de las pruebas más duras. . . Muchos seres humanos de todas las naciones y de todas clases, grandes y pequeños, ricos y pobres, negros y blancos, serán arrojados en la más injusta y cruel servidumbre. Los amados de Dios pasarán días penosos, encadenados, encerrados en cárceles, sentenciados a muerte, algunos abandonados adrede para morir de hambre y sed en sombríos y repugnantes calabozos. . . Ninguna mano humana se aprontará a socorrerlos.
¿Olvidará el Señor a su pueblo en esa hora de prueba? ¿Olvidó acaso al fiel Noé cuando sus juicios cayeron sobre el mundo antediluviano? ¿Olvidó acaso a Lot cuando cayó fuego del cielo para consumir las ciudades de la llanura? ¿Se olvidó. . . de Elías cuando el juramento de Jezabel le amenazaba con la suerte de los profetas de Baal? ¿Se olvidó de Jeremías en el oscuro y húmedo pozo en donde había sido echado? ¿Se olvidó acaso de los tres jóvenes en el horno ardiente o de Daniel en el foso de los leones?. . .
Aunque los enemigos los arrojen a la cárcel, las paredes de los calabozos no pueden interceptar la comunicación entre sus almas y Cristo. Aquel que conoce todas sus debilidades, que ve todas sus pruebas, está por encima de todos los poderes de la tierra; y acudirán ángeles a sus celdas solitarias, trayéndoles luz y paz del cielo (El Conflicto de los Siglos, págs. 679, 684, 685).
E. G. White
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Estos ejemplos de constancia humana atestiguan la fidelidad de las promesas de Dios, su constante presencia y su gracia sostenedora. Testifican del poder de la fe para resistir a las potestades del mundo (Los Hechos de los Apóstoles, págs. 459, 460).
Los tiempos de apuro y angustia que nos esperan requieren una fe capaz de soportar el cansancio, la demora y el hambre, una fe que no desmaye a pesar de las pruebas más duras. . . Muchos seres humanos de todas las naciones y de todas clases, grandes y pequeños, ricos y pobres, negros y blancos, serán arrojados en la más injusta y cruel servidumbre. Los amados de Dios pasarán días penosos, encadenados, encerrados en cárceles, sentenciados a muerte, algunos abandonados adrede para morir de hambre y sed en sombríos y repugnantes calabozos. . . Ninguna mano humana se aprontará a socorrerlos.
¿Olvidará el Señor a su pueblo en esa hora de prueba? ¿Olvidó acaso al fiel Noé cuando sus juicios cayeron sobre el mundo antediluviano? ¿Olvidó acaso a Lot cuando cayó fuego del cielo para consumir las ciudades de la llanura? ¿Se olvidó. . . de Elías cuando el juramento de Jezabel le amenazaba con la suerte de los profetas de Baal? ¿Se olvidó de Jeremías en el oscuro y húmedo pozo en donde había sido echado? ¿Se olvidó acaso de los tres jóvenes en el horno ardiente o de Daniel en el foso de los leones?. . .
Aunque los enemigos los arrojen a la cárcel, las paredes de los calabozos no pueden interceptar la comunicación entre sus almas y Cristo. Aquel que conoce todas sus debilidades, que ve todas sus pruebas, está por encima de todos los poderes de la tierra; y acudirán ángeles a sus celdas solitarias, trayéndoles luz y paz del cielo (El Conflicto de los Siglos, págs. 679, 684, 685).
E. G. White
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