ETERNA SALVACIÓN PARA SUS HIJOS
Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. ( Heb. 7: 24-25.)
Se ha hecho toda provisión para nuestras flaquezas, se nos ofrece todo ánimo para que acudamos a Cristo.
Cristo ofreció su cuerpo quebrantado para comprar de nuevo la herencia de Dios, a fin de dar al hombre otra oportunidad. Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida inmaculada, su obediencia y su muerte en la cruz del Calvario. Y ahora, no como un mero suplicante intercede por nosotros el Capitán de nuestra salvación, sino como un Conquistador que reclama su victoria. Su ofrenda es completa, y como Intercesor nuestro ejecuta la obra que él mismo se señaló, sosteniendo delante de Dios el incensario que contiene sus méritos inmaculados y las oraciones, las confesiones y las ofrendas de agradecimiento de su pueblo. La ofrenda se hace completamente aceptable, y el perdón cubre toda transgresión.
Cristo se entregó a sí mismo para ser nuestro sustituto y nuestra seguridad, y no descuida a nadie. Aquel que no podía ver a los seres humanos expuestos a la ruina eterna sin derramar su alma hasta la muerte en su favor, mirará con misericordia y compasión cada alma que advierte que no puede salvarse por sí misma.
El no mirará a ningún suplicante tembloroso sin levantarlo. El que mediante su propia expiación proveyó para el hombre un caudal infinito de poder moral, no dejará de emplear ese poder en nuestro favor. Podemos llevar nuestros pecados y tristezas a sus pies, pues él nos ama... El conformará y modelará nuestro carácter de acuerdo con su propia voluntad.
Todas las fuerzas satánicas no tienen poder para vencer a un alma que con fe sencilla se apoya en Cristo. "El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas" (Isa. 40: 29).
E. G. W.
Se ha hecho toda provisión para nuestras flaquezas, se nos ofrece todo ánimo para que acudamos a Cristo.
Cristo ofreció su cuerpo quebrantado para comprar de nuevo la herencia de Dios, a fin de dar al hombre otra oportunidad. Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida inmaculada, su obediencia y su muerte en la cruz del Calvario. Y ahora, no como un mero suplicante intercede por nosotros el Capitán de nuestra salvación, sino como un Conquistador que reclama su victoria. Su ofrenda es completa, y como Intercesor nuestro ejecuta la obra que él mismo se señaló, sosteniendo delante de Dios el incensario que contiene sus méritos inmaculados y las oraciones, las confesiones y las ofrendas de agradecimiento de su pueblo. La ofrenda se hace completamente aceptable, y el perdón cubre toda transgresión.
Cristo se entregó a sí mismo para ser nuestro sustituto y nuestra seguridad, y no descuida a nadie. Aquel que no podía ver a los seres humanos expuestos a la ruina eterna sin derramar su alma hasta la muerte en su favor, mirará con misericordia y compasión cada alma que advierte que no puede salvarse por sí misma.
El no mirará a ningún suplicante tembloroso sin levantarlo. El que mediante su propia expiación proveyó para el hombre un caudal infinito de poder moral, no dejará de emplear ese poder en nuestro favor. Podemos llevar nuestros pecados y tristezas a sus pies, pues él nos ama... El conformará y modelará nuestro carácter de acuerdo con su propia voluntad.
Todas las fuerzas satánicas no tienen poder para vencer a un alma que con fe sencilla se apoya en Cristo. "El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas" (Isa. 40: 29).
E. G. W.
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