CRISIS EN ISRAEL
Hicieron becerro en Horeb, se postraron ante una imagen de fundición. Así cambiaron su gloria por la imagen de un buey que come hierba. (Sal. 106: 19, 20).
En ausencia de Moisés, el poder judicial había sido confiado a Aarón, y una enorme multitud se reunió alrededor de su tienda para presentarle esta exigencia: "Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés. . . no sabemos qué le haya acontecido". La nube, dijeron ellos. . . se había posado permanentemente sobre el monte, y ya no dirigía más su peregrinación. . .
Para hacer frente a semejante crisis, hacía falta un hombre de firmeza, decisión, y ánimo imperturbable, un hombre que considerara el honor de Dios por sobre el favor popular, por sobre su seguridad personal y su misma vida. Pero el jefe provisorio de Israel no tenía ese carácter. Aarón reconvino débilmente al pueblo, y su vacilación y timidez en el momento crítico sólo sirvieron para hacerlos más decididos en su propósito. . . Algunos permanecieron fieles en su pacto con Dios; pero la mayor parte del pueblo se unió a la apostasía. . .
Aarón temió por su propia seguridad; y en vez de ponerse noblemente de parte del honor de Dios, cedió a las demandas de la multitud. . . Entregaron de buena gana sus adornos, con los cuales él fundió un becerro semejante a los dioses de Egipto. El pueblo exclamó: "Israel, éstos son tus dioses que te sacaron de la tierra de Egipto". Con vileza, Aarón permitió este insulto a Jehová. Y fue aún más lejos. Viendo la satisfacción con que se había recibido el becerro de oro, hizo construir un altar ante él e hizo proclamar: "Mañana será fiesta a Jehová". El anuncio fue proclamado por medio de trompetas de compañía en compañía por todo el campamento. . . Con el pretexto de celebrar una "fiesta a Jehová", se entregaron a la glotonería y la orgía licenciosa.
¡Cuán a menudo, en nuestros propios días, se disfraza el amor al placer bajo la "apariencia de piedad"! Una religión que permita a los hombres, mientras observan los ritos del culto, dedicarse a la satisfacción del egoísmo o la sensualidad, es tan agradable a las multitudes actuales como lo fue en los días de Israel. Y hay todavía Aarones dóciles que, mientras desempeñan cargos de autoridad en la iglesia, ceden a los deseos de los miembros no consagrados, y así los incitan al pecado (Patriarcas y Profetas, págs. 326-328).
E. G. White
En ausencia de Moisés, el poder judicial había sido confiado a Aarón, y una enorme multitud se reunió alrededor de su tienda para presentarle esta exigencia: "Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés. . . no sabemos qué le haya acontecido". La nube, dijeron ellos. . . se había posado permanentemente sobre el monte, y ya no dirigía más su peregrinación. . .
Para hacer frente a semejante crisis, hacía falta un hombre de firmeza, decisión, y ánimo imperturbable, un hombre que considerara el honor de Dios por sobre el favor popular, por sobre su seguridad personal y su misma vida. Pero el jefe provisorio de Israel no tenía ese carácter. Aarón reconvino débilmente al pueblo, y su vacilación y timidez en el momento crítico sólo sirvieron para hacerlos más decididos en su propósito. . . Algunos permanecieron fieles en su pacto con Dios; pero la mayor parte del pueblo se unió a la apostasía. . .
Aarón temió por su propia seguridad; y en vez de ponerse noblemente de parte del honor de Dios, cedió a las demandas de la multitud. . . Entregaron de buena gana sus adornos, con los cuales él fundió un becerro semejante a los dioses de Egipto. El pueblo exclamó: "Israel, éstos son tus dioses que te sacaron de la tierra de Egipto". Con vileza, Aarón permitió este insulto a Jehová. Y fue aún más lejos. Viendo la satisfacción con que se había recibido el becerro de oro, hizo construir un altar ante él e hizo proclamar: "Mañana será fiesta a Jehová". El anuncio fue proclamado por medio de trompetas de compañía en compañía por todo el campamento. . . Con el pretexto de celebrar una "fiesta a Jehová", se entregaron a la glotonería y la orgía licenciosa.
¡Cuán a menudo, en nuestros propios días, se disfraza el amor al placer bajo la "apariencia de piedad"! Una religión que permita a los hombres, mientras observan los ritos del culto, dedicarse a la satisfacción del egoísmo o la sensualidad, es tan agradable a las multitudes actuales como lo fue en los días de Israel. Y hay todavía Aarones dóciles que, mientras desempeñan cargos de autoridad en la iglesia, ceden a los deseos de los miembros no consagrados, y así los incitan al pecado (Patriarcas y Profetas, págs. 326-328).
E. G. White
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