LA FE Y LAS OBRAS DEBEN COMBINARSE

"Y dije al rey: Si le place al rey, y tu siervo ha hallado gracia delante de ti, envíame a Judá, a la ciudad de los sepulcros de mis padres y la reedificaré" (Neh. 2: 5).

Al fin, el pesar que abrumaba el corazón de Nehemías ya no pudo esconderse. Las noches de insomnio y los días llenos de congoja hicieron huella en el semblante de Nehemías. El ojo penetrante del monarca, velando por su propia seguridad, estaba acostumbrado a observar los rostros y a penetrar los disfraces, de modo que se dio cuenta de que alguna aflicción secreta acosaba a su copero. Le preguntó: "¿Por qué está triste tu rostro, pues no estás enfermo? No es esto sino quebranto de corazón".

La pregunta llenó a Nehemías de aprensión. ¿No se enojaría el rey al saber que mientras el cortesano parecía dedicado a su servicio estaba pensando en su pueblo lejano y afligido? ¿No perdería la vida el ofensor? ¿Quedaría en la nada el plan con el cual soñara para devolver a Jerusalén su fuerza? "Entonces --escribe-- temí en gran manera". Con labios temblorosos y ojos arrasados por las lágrimas, reveló la causa de su pesar... La ciudad, casa de los sepulcros de sus padres, estaba desierta, y sus puertas consumidas por el fuego. La mención de la condición en que estaba Jerusalén despertó la simpatía del monarca sin despertar sus prejuicios idólatras. Otra pregunta dio a Nehemías la oportunidad que aguardaba desde hacía mucho: "¿Qué cosa pides?"

Pero el varón de Dios no se atrevía a responder antes de haber solicitado la dirección de Uno mayor que Artajerjes. Dice él: "Entonces oré al Dios de los cielos. La silenciosa oración que elevó a Dios fue la misma que había ofrecido durante varias semanas: que el Señor prosperara su petición. Y ahora, cobrando valor al saber que tiene un Amigo, omnisciente y todopoderoso, que trabaja a su favor, el varón de Dios serenamente le dio a conocer al rey su petición de ser liberado por un tiempo de su oficio en la corte y se le autorizase reconstruir los lugares desolados en Jerusalén y hacer de ella una vez más una ciudad fuerte y protegida. Consecuencias importantes para toda la nación judía y para la ciudad pendían de esta petición. "Y --dice Nehemías--, me lo concedió el rey, según la benéfica mano de Jehová sobre mí".

Mientras Nehemías imploraba la ayuda de Dios, no se cruzó de brazos, pensando que no tenía más responsabilidad en el cumplimiento de su propósito de restaurar a Jerusalén. Con admirable prudencia y previsión, procedió a tomar todas las providencias necesarias para asegurar el éxito de la empresa (Manuscrito 58, 1903).

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