LA RESURRECCIÓN DE CRISTO ESTABLECE LA SUPREMACÍA DE DIOS
"Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloría" (Sal. 24: 7).
Todo el cielo contemplaba el conflicto... Aquí en la tierra Satanás aviva la enemistad que subyace en la mente del hombre para resistir la salvación que fue traída a un costo infinito. [Cristo] era la luz del mundo y el mundo no lo conoció. Creó este mundo y el mundo no lo reconoció. Pero cuando lo persiguieron, la Majestad del cielo debió ir de un lugar a otro. Y el cielo observó esto. Y fue rechazado y despreciado; padeció la burla y la ignominia; pero siendo ultrajado no devolvió dicha afrenta. Sin embargo, Satanás no dejó de perseguirlo hasta que Cristo fue colgado en la cruz del Calvario. Todo el cielo y los mundos creados por Dios, contemplaron este conflicto; ¿podría Cristo llevar hasta el fin su plan de salvar a las almas perdidas en el abismo del pecado?
El gran rebelde fue desarraigado de las mentes de todos cuantos contemplaron la resurrección de Cristo. Entonces se demostró que la ley de Dios es inmutable y que su jurisdicción se extiende a todos los habitantes del cielo y la tierra y a todas las inteligencias creadas. Cristo estuvo con sus discípulos por cuarenta días y cuarenta noches... Entonces fue arrebatado al cielo y la multitud de cautivos fue con él y una hueste celestial lo rodeaba y a medida que se aproximaban a la ciudad de Dios, el ángel que lo acompañaba, dijo: "Alzad, oh puertas, vuestras cabezas. Y alzaos, vosotras puertas eternas, y entrará el Rey de gloria".
Ahora este Salvador es nuestro intercesor que ofrece una expiación por nosotros delante del Padre... Este precioso Salvador viene otra vez... Y cuando él venga por segunda vez, no tendrá sobre su frente una corona de espinas, ni habrá un manto de púrpura que cubra su forma divina. No se escucharán las voces que digan: Crucifícale, Crucifícale, sino una exclamación de las huestes angélicas y de quienes lo esperan para recibirlo, que dirán: Digno, digno es el Cordero que fue inmolado. El divino Conquistador, en vez de una corona de espinas, cubrirá sus sienes con una corona de gloria; en lugar de aquel viejo manto real con que lo vistieron para burlarse, vestirá un inmaculado manto de purísimo blanco. Y sus manos que fueron horadadas por los crueles clavos, resplandecerán como el oro...
Los justos muertos saldrán de sus sepulcros y los que viven y han permanecido, serán arrebatados junto con ellos para encontrar al Señor en el aire y así estar para siempre con el Señor. Y escucharán la voz de Jesús que será a sus oídos más dulce que cualquier melodía que haya escuchado mortal alguno. "El conflicto ha terminado. Venid, benditos de mi Padre y entrad en el reino que ha preparado para vosotros desde la fundación del mundo" (Manuscrito 11, 1886).
E. G. White
Todo el cielo contemplaba el conflicto... Aquí en la tierra Satanás aviva la enemistad que subyace en la mente del hombre para resistir la salvación que fue traída a un costo infinito. [Cristo] era la luz del mundo y el mundo no lo conoció. Creó este mundo y el mundo no lo reconoció. Pero cuando lo persiguieron, la Majestad del cielo debió ir de un lugar a otro. Y el cielo observó esto. Y fue rechazado y despreciado; padeció la burla y la ignominia; pero siendo ultrajado no devolvió dicha afrenta. Sin embargo, Satanás no dejó de perseguirlo hasta que Cristo fue colgado en la cruz del Calvario. Todo el cielo y los mundos creados por Dios, contemplaron este conflicto; ¿podría Cristo llevar hasta el fin su plan de salvar a las almas perdidas en el abismo del pecado?
El gran rebelde fue desarraigado de las mentes de todos cuantos contemplaron la resurrección de Cristo. Entonces se demostró que la ley de Dios es inmutable y que su jurisdicción se extiende a todos los habitantes del cielo y la tierra y a todas las inteligencias creadas. Cristo estuvo con sus discípulos por cuarenta días y cuarenta noches... Entonces fue arrebatado al cielo y la multitud de cautivos fue con él y una hueste celestial lo rodeaba y a medida que se aproximaban a la ciudad de Dios, el ángel que lo acompañaba, dijo: "Alzad, oh puertas, vuestras cabezas. Y alzaos, vosotras puertas eternas, y entrará el Rey de gloria".
Ahora este Salvador es nuestro intercesor que ofrece una expiación por nosotros delante del Padre... Este precioso Salvador viene otra vez... Y cuando él venga por segunda vez, no tendrá sobre su frente una corona de espinas, ni habrá un manto de púrpura que cubra su forma divina. No se escucharán las voces que digan: Crucifícale, Crucifícale, sino una exclamación de las huestes angélicas y de quienes lo esperan para recibirlo, que dirán: Digno, digno es el Cordero que fue inmolado. El divino Conquistador, en vez de una corona de espinas, cubrirá sus sienes con una corona de gloria; en lugar de aquel viejo manto real con que lo vistieron para burlarse, vestirá un inmaculado manto de purísimo blanco. Y sus manos que fueron horadadas por los crueles clavos, resplandecerán como el oro...
Los justos muertos saldrán de sus sepulcros y los que viven y han permanecido, serán arrebatados junto con ellos para encontrar al Señor en el aire y así estar para siempre con el Señor. Y escucharán la voz de Jesús que será a sus oídos más dulce que cualquier melodía que haya escuchado mortal alguno. "El conflicto ha terminado. Venid, benditos de mi Padre y entrad en el reino que ha preparado para vosotros desde la fundación del mundo" (Manuscrito 11, 1886).
E. G. White
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