TODO LO PUEDO EN CRISTO
En el día que temo, yo en ti confío. (Sal. 56: 3).
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Solamente la sensación de la presencia de Dios puede desvanecer el temor que, para el niño tímido, haría de la vida una carga. Grabe él en su memoria la promesa: "Asienta campamento el ángel de Jehová en derredor de los que le temen, y los defiende" (Sal. 34: 7). Lea la maravillosa historia de Eliseo cuando estaba en la ciudad de la montaña y había entre él y el ejército de enemigos armados un círculo poderoso de ángeles celestiales. Lea cómo apareció el ángel de Dios a Pedro cuando estaba en la prisión, condenado a muerte; cómo lo sacó en salvo, pasando por entre los guardianes armados y las macizas puertas de hierro con sus cerrojos y barrotes.
Lea la escena desarrollada en el mar, cuando Pablo el prisionero, en viaje al lugar donde iba a ser juzgado y ejecutado, dirigió a los soldados y marineros náufragos, abatidos por el trabajo, la vigilancia y el ayuno, grandes palabras de valor y esperanza: "Os exhorto a que tengáis buen ánimo; porque no habrá pérdida de vida alguna de entre vosotros. . . Porque estuvo junto a mí esta noche un ángel de Dios, de quien soy y a quien sirvo, el cual decía: No temas, Pablo; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí que Dios te ha dado a todos los que navegan contigo". Con fe en esta promesa, Pablo aseguró a sus compañeros: "No se perderá un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros". Así ocurrió. Por el hecho de estar en ese buque un hombre por medio del cual Dios podía obrar, toda la carga de soldados y marineros paganos se salvó. "Todos escaparon salvos a tierra".
No fueron escritas estas cosas únicamente para que las leamos y nos asombremos, sino para que la misma fe que obró en los siervos de Dios de antaño, obre en nosotros. Dondequiera que haya corazones llenos de fe que sirvan de conducto a su poder, no será menos notable su modo de obrar ahora que entonces.
A los que, por faltarles confianza propia, son inducidos a esquivar el cuidado y la responsabilidad, enséñeseles a confiar en Dios. Así más de uno que de otro modo no sería más que una cifra en el mundo, tal vez una carga impotente, podrá decir con el apóstol Pablo: "Todo lo puedo, en Cristo que me fortalece" (Fil. 4: 13) (La Educación, págs. 249, 250).
E. G. White
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Lea la escena desarrollada en el mar, cuando Pablo el prisionero, en viaje al lugar donde iba a ser juzgado y ejecutado, dirigió a los soldados y marineros náufragos, abatidos por el trabajo, la vigilancia y el ayuno, grandes palabras de valor y esperanza: "Os exhorto a que tengáis buen ánimo; porque no habrá pérdida de vida alguna de entre vosotros. . . Porque estuvo junto a mí esta noche un ángel de Dios, de quien soy y a quien sirvo, el cual decía: No temas, Pablo; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí que Dios te ha dado a todos los que navegan contigo". Con fe en esta promesa, Pablo aseguró a sus compañeros: "No se perderá un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros". Así ocurrió. Por el hecho de estar en ese buque un hombre por medio del cual Dios podía obrar, toda la carga de soldados y marineros paganos se salvó. "Todos escaparon salvos a tierra".
No fueron escritas estas cosas únicamente para que las leamos y nos asombremos, sino para que la misma fe que obró en los siervos de Dios de antaño, obre en nosotros. Dondequiera que haya corazones llenos de fe que sirvan de conducto a su poder, no será menos notable su modo de obrar ahora que entonces.
A los que, por faltarles confianza propia, son inducidos a esquivar el cuidado y la responsabilidad, enséñeseles a confiar en Dios. Así más de uno que de otro modo no sería más que una cifra en el mundo, tal vez una carga impotente, podrá decir con el apóstol Pablo: "Todo lo puedo, en Cristo que me fortalece" (Fil. 4: 13) (La Educación, págs. 249, 250).
E. G. White
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