RECUERDO DEL CONFLICTO

"Y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector" (Eze. 28:16).

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Estoy escribiendo en forma más completa El conflicto de los siglos, que contiene la historia de la caída de Satanás y narra la introducción del pecado en nuestro mundo. Tengo ahora una noción más clara que antes de la gran controversia entre Cristo, el Príncipe de la luz, y Satanás, el príncipe de las tinieblas. Al considerar las diversas estratagemas de Satanás destinadas a arruinar a los que caen y hacerlos semejantes a él, un transgresor de la ley de Dios, desearía que los ángeles de Dios vinieran a la tierra y expusieran este tema con toda su importancia.

Siento una intensa preocupación por quienes voluntariamente se apartan de la luz, del conocimiento y de la ley de Dios. Del mismo modo que Adán y Eva creyeron en la mentira de Satanás, "Seréis como dioses"; así también estas almas abrigan la esperanza de alcanzar las alturas por la desobediencia, y conquistar una posición de privilegio. Estoy tan ansiosa que, mientras otros duermen, paso horas en oración para que Dios se manifieste poderosamente a fin de romper este hechizo fatal que cautiva a las mentes humanas y las conduzca con sencillez a los pies de la cruz del Calvario. Sólo me apacigua el pensamiento de que estas almas han sido compradas por la sangre del Señor Jesús. Podemos amar a estas almas, pero sólo el Calvario testifica cuánto las ama el Señor. Y esta no es una obra nuestra, sino divina.

Nosotros únicamente somos instrumentos en las manos del Señor, para hacer su voluntad y no la nuestra. Contemplamos los que desprecian al Espíritu de gracia y temblamos por ellos. Nos entristecemos y desilusionamos porque vemos que son desleales para con Dios y su verdad y al pensar en Jesús, quien las compró con su propia sangre, ese dolor se profundiza aún más. Daríamos hasta nuestras posesiones materiales a fin de salvar un alma, pero no podemos hacer esto. Porque aunque ofreciéramos nuestra vida misma para salvar un alma, este sacrificio sería en vano.

El mayor sacrificio se realizó en la vida, la misión y la muerte de Jesucristo. ¡Oh si la mente humana considerase la grandeza de este sacrificio! Entonces podría comprender la grandeza de la salvación (Testimonies for the Church, tomo 5, págs. 625, 626).

E. G. White

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