TRATEMOS BIEN A NUESTROS VECINOS
No te niegues a hacer el bien a quien es debido. (Prov. 3: 27.)
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Tan dispuesto y ansioso está el corazón del Salvador a recibirnos como miembros de la familia de Dios, que incluso en las primeras palabras que debemos emplear para acercamos a Dios, él expresa la seguridad de nuestra relación divina: "Padre nuestro".
Al llamar a Dios nuestro Padre, reconocemos a todos sus hijos como nuestros hermanos. Todos formamos parte del gran tejido de la humanidad; todos somos miembros de una sola familia. En nuestras peticiones hemos de incluir a nuestros prójimos tanto como a nosotros mismos. Nadie ora como es debido si solamente pide bendiciones para sí mismo.
Estáis unidos al Señor por los lazos más fuertes, y la manifestación del amor de nuestro Padre debiera despertar el afecto más filial y la gratitud más ardiente. Las leyes de Dios se fundan en una inmutable rectitud, y han sido conformadas para promover la felicidad de los que las obedecen...
En la lección de fe que Cristo enseñó en el monte se revelan los principios de la verdadera religión. La religión conduce al hombre a una relación personal con Dios, pero no exclusivamente con él; porque los principios del cielo han de vivirse de manera que puedan ayudar y bendecir a la humanidad. Un verdadero hijo de Dios lo amará con todo su corazón, y amará a su prójimo como a sí mismo. Se interesará en sus semejantes. La verdadera religión es el resultado de la obra de la gracia en el corazón, que hace que la vida fluya en forma de buenas obras, como lo hace una fuente alimentada de corrientes vivas. La religión no consiste meramente de meditación y oración. La luz del cristiano se manifiesta en buenas obras, y así lo reconocen los demás. No habrá de divorciarse la religión de la vida de los negocios. Debe penetrar y santificar sus compromisos y empresas. Si un hombre está verdaderamente conectado con Dios y el cielo, el espíritu que mora en el cielo influirá en todas sus palabras y acciones. Glorificará a Dios en sus obras y conducirá a otros a honrarle.
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Al llamar a Dios nuestro Padre, reconocemos a todos sus hijos como nuestros hermanos. Todos formamos parte del gran tejido de la humanidad; todos somos miembros de una sola familia. En nuestras peticiones hemos de incluir a nuestros prójimos tanto como a nosotros mismos. Nadie ora como es debido si solamente pide bendiciones para sí mismo.
Estáis unidos al Señor por los lazos más fuertes, y la manifestación del amor de nuestro Padre debiera despertar el afecto más filial y la gratitud más ardiente. Las leyes de Dios se fundan en una inmutable rectitud, y han sido conformadas para promover la felicidad de los que las obedecen...
En la lección de fe que Cristo enseñó en el monte se revelan los principios de la verdadera religión. La religión conduce al hombre a una relación personal con Dios, pero no exclusivamente con él; porque los principios del cielo han de vivirse de manera que puedan ayudar y bendecir a la humanidad. Un verdadero hijo de Dios lo amará con todo su corazón, y amará a su prójimo como a sí mismo. Se interesará en sus semejantes. La verdadera religión es el resultado de la obra de la gracia en el corazón, que hace que la vida fluya en forma de buenas obras, como lo hace una fuente alimentada de corrientes vivas. La religión no consiste meramente de meditación y oración. La luz del cristiano se manifiesta en buenas obras, y así lo reconocen los demás. No habrá de divorciarse la religión de la vida de los negocios. Debe penetrar y santificar sus compromisos y empresas. Si un hombre está verdaderamente conectado con Dios y el cielo, el espíritu que mora en el cielo influirá en todas sus palabras y acciones. Glorificará a Dios en sus obras y conducirá a otros a honrarle.
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