LA FORTALEZA DE CRISTO

¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo. (Isa. 27: 5).

El enemigo no puede vencer al humilde alumno de Cristo, al que ora y anda en presencia del Señor. Cristo se interpone entre ambos como un escudo, un refugio, para desviar los ataques del malo. Se ha prometido lo siguiente: "Porque vendrá el enemigo como río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él"...

Se le permitió a Satanás que tentara al confiado Pedro, tal como se le había permitido que tentara a Job; pero una vez terminada su obra, tuvo que retirarse. Si a Satanás se le hubiera permitido cumplir su propósito, no habría habido esperanza para Pedro. Su fe habría naufragado. Pero el enemigo no se atrevió a excederse de la jurisdicción que se le había asignado. No hay poder en todo el ejército satánico que pueda desarmar al alma que confía, con sencilla fe, en la sabiduría que desciende de Dios.

Cristo es la torre de nuestra fortaleza, y Satanás no tiene poder sobre el alma que anda con Dios con humildad de espíritu. El dijo: "¿O forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí, haga paz conmigo". En Cristo, el alma tentada encuentra ayuda perfecta y completa. Los peligros acechan en todos los senderos, pero todo el universo celestial se mantiene en actitud de alerta para no permitir que nadie sea tentado más de lo que puede soportar. Algunos tienen rasgos muy fuertes de carácter, que tendrán que ser reprimidos constantemente. Si se los mantiene bajo el dominio del Espíritu de Dios, esas características serán una bendición; en caso contrario, resultarán una maldición... Si nos entregamos generosamente a la tarea, sin desviarnos en lo más mínimo de los principios, el Señor nos circundará con sus brazos eternos, y se revelará como un poderoso ayudador. Si miramos a Jesús como el Ser en quien podemos confiar, jamás nos abandonará en ninguna situación apremiante.

E. G. W.

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