LA ENTRADA TRIUNFAL FUE VISTA POR MUCHOS A QUIENES JESÚS HABÍA SANADO

"Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla y traédmelos. Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y luego los enviará" (Mat. 21:2, 3).

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El tiempo en que se produjo la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén era la estación más hermosa del año. El Monte de los Olivos se alfombraba de una tonalidad verde y las arboledas hermosas desplegaban su diverso follaje. Desde las regiones circundantes a Jerusalén, muchas personas habían venido en ocasión de la fiesta con el sincero deseo de ver a Jesús. El milagro espectacular que hizo el Salvador al resucitar a Lázaro de los muertos había ejercido un efecto maravilloso en las mentes y una multitud grande y entusiasta se acercó al lugar donde se encontraba Jesús.

La tarde casi había transcurrido cuando Jesús envió a sus discípulos hasta la aldea de Betfagé... Esta era la primera vez en su ministerio que Cristo consentía en cabalgar y los discípulos interpretaron esto como un indicio de que él estaba por afirmar su autoridad y su poder reales ocupando el lugar que le correspondía en el trono de David. Con alegría ejecutaron la orden recibida. Encontraron al pollino como Jesús lo había dicho... "Y trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima".

El momento cuando Jesús montó el animal fue enmarcado por una serie de aclamaciones que llenaron el aire de alabanza y triunfo... El Señor no desplegó ninguna señal externa de realeza. No vestía ningún manto gubernamental, ni era seguido por una procesión de hombres armados. Más bien lo acompañaba un grupo de personas muy entusiasmadas. Ellos no podían evitar que se evidenciara el sentimiento gozoso de anticipación que animaba sus corazones...

El eco de los cánticos descendía de la montaña y resonaba en el valle: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Hosanna en las alturas! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!"... Los que antes habían sido ciegos... eran quienes abrían la marcha del maravilloso séquito... Uno que había despertado del sueño de la muerte guiaba el animal que montaba. Los que una vez fueron sordos y mudos, ahora, con sus oídos abiertos y sus corazones agradecidos, arrancan las palmas y las arrojan a su paso homenajeando al poderoso Sanador. El leproso, que había escuchado las terribles palabras del sacerdote: "Inmundo"... estaba allí. La viuda y el huérfano también estaban allí testificando de sus obras maravillosas. Los que habían regresado de la muerte estaban allí. Las lenguas, una vez paralizadas por el poder de Satanás, entonaban cánticos con regocijo... El endemoniado está allí, pero en esta ocasión no para pronunciar las palabras que Satanás hubiera puesto en sus labios... Los infantes se inspiran en la escena... En la cima del Monte la procesión se detiene (Manuscrito 128, 1899).

E. G. White

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