A DIOS, NO AL YO, SEA LA GLORIA

"Y les dijo... ¿os hemos de hacer salir aguas de esta peña?... Y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas... Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado" (Núm. 20:10-12).

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Sería la mayor insensatez del mundo que alguien se adjudique el mérito por el éxito que pueda tener. Mientras más humildemente caminemos con Dios, más se manifestará él para ayudarnos. Jamás el Señor envió a sus siervos a realizar una tarea para el Cielo, con toda la oposición de Satanás y sus secuaces, sin proporcionarles asistencia divina. La razón por la cual no tenemos más éxito en la obra es porque dependemos de nuestros propios esfuerzos en lugar de confiar en la ayuda que Dios nos quiere dar... Observen cómo Satanás gobierna a sus agentes y opera por medio de ellos para hacer su obra de tiniebla y engaño. Es el privilegio de ustedes creer que Jesús obrará fervientemente en su favor para que realicen su obra...

Todo el cielo está interesado en la obra de quienes han de ser salvos en el reino de Dios. "Sin mí --dice el Señor-- nada podéis hacer". Por lo tanto, no hay ni una "jota"* de la gloria que podamos tomar para nosotros. No obstante, percibiendo nuestra debilidad podemos extender la mano al poderoso Dios. Sé que no soy nada, pero Jesús es poderoso para salvar. No puedo hacer nada, pero Jesús puede hacer grandes cosas. Dios me quiere en la obra, pero mis esfuerzos serán inútiles sin su ayuda.

El clamor constante de Israel era, "Moisés fue quien lo hizo", y perdieron de vista a Dios. Dios tenía una lección que debía enseñar a su pueblo y cuando Moisés se aventuró a tomar la gloria para sí, el Señor le mostró al pueblo que no era Moisés, sino Dios quien había hecho la obra. Las palabras que dirigió a Moisés fueron: "mas no entrarás allá, en la tierra". El Señor demostró así a las huestes de Israel quién era el conductor. Cuando sentimos nuestra profunda insignificancia, entonces es cuando Cristo considera que es el momento de darnos su Espíritu. Nos vestirá con su salvación cuando manifestemos nuestro reconocimiento y lo glorifiquemos por la obra que ha hecho. El Señor nos ayuda, mis queridos hermanos y hermanas, a aprender las preciosas lecciones en la escuela de Cristo. Estas lecciones son la de humildad y mansedumbre de corazón. Algunos nunca aprenden estas lecciones. Trabajan y trabajan y no entienden quién es la Fuente de su fortaleza y poder (Manuscrito 8, 1886).

E. G. White

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