MÁRTIRES EN LOS DÍAS FINALES
Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. (Juan 16: 2).
Cada individuo en nuestro mundo deberá alistarse bajo una de dos banderas.
Los dos ejércitos serán diferentes y estarán separados, y esa diferencia será tan marcada que muchos de los que se convenzan de la verdad se pondrán de parte del pueblo de Dios que observa sus mandamientos. Cuando esté por producirse esta obra grandiosa en la batalla, antes del último gran conflicto, muchos serán encarcelados, muchos huirán de las ciudades y los pueblos para salvar su vida, y muchos otros soportarán el martirio por amor de Cristo al levantarse en defensa de la verdad.
Por el decreto que imponga la institución del papado en violación a la ley de Dios, esta nación [los Estados Unidos] se separará completamente de la justicia. . . Como el acercamiento de los ejércitos romanos fue para los discípulos una señal de la inminente destrucción de Jerusalén, esta apostasía podrá ser para nosotros una señal de que se llegó al límite de la tolerancia de Dios, de que esta nación colmó la medida de su iniquidad, y de que el ángel de la misericordia está por emprender el vuelo para nunca volver. Los hijos de Dios se verán entonces sumidos en aquellas escenas de aflicción y angustia que los profetas describieron como el tiempo de angustia de Jacob. Ascienden al cielo los clamores de los fieles y perseguidos. Y como la sangre de Abel clamó desde el suelo, hay voces que claman a Dios desde la tumba de los mártires, desde los sepulcros del mar, desde las cuevas de las montañas, desde las bóvedas de los conventos: "¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre de los que moran en la tierra?" (Apoc. 6: 10).
Cuando fue abierto el quinto sello Juan, el Revelador, vio en visión debajo del altar al conjunto de los que habían sido muertos por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. Después de esta visión siguieron las escenas descriptas en el capítulo 18 de Apocalipsis, donde se llama a los fieles y los sinceros para que salgan de Babilonia.
Cristo restaurará la vida que ha sido quitada, pues él es el Dador de la vida: Él embellecerá a los justos dándoles vida inmortal.
E. G. White
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