LA COMISIÓN DIVINA
Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Mat. 28: 18, 19.
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A Cristo, y sólo a él, se le da derecho y autoridad sobre todas las cosas. Los que pongan su confianza en él, y mantengan su profesión de fe firme hasta el fin, serán protegidos. Como discípulos de Cristo, como colaboradores suyos, debiéramos actuar íntimamente unidos. Algunos se convierten a la verdad de una manera, y a otros se los puede alcanzar mediante la aplicación de un método diferente. Por eso los obreros deben trabajar, unos en una forma, otros en otra, pero íntimamente unidos. A cada cual se le asigna su tarea.
Los que critican a sus compañeros de labor abren una puerta por la cual puede entrar el enemigo. ¿Puede haber algo más triste que ver a un hermano que trabaja en contra de su hermano, que manifiesta sospechas y dudas acerca de la sinceridad del otro? Hay lugar para que todos empleemos los talentos que Dios nos ha concedido. Todos estamos trabajando con el único propósito de inspirar fe en la Palabra divina. Por lo tanto, cada cual administre su lengua y obre de tal modo que pueda estar en armonía con los que trabajan con el mismo fin. . .
Asegúrense aquellos a quienes se ha confiado la tarea de enseñar la Palabra de Dios, que están bajo el dominio del que afirmó: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra". Su comisión a sus discípulos incluye las siguientes palabras: "Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (vers. 20). Nadie está autorizado para considerar que su propia opinión es la norma a la cual se tienen que someter todos los demás. . .
El glorioso Evangelio, el mensaje del amor redentor de Dios, debe llegar a toda la gente, y se debe manifestar en el corazón de los obreros. El tema de la gracia salvadora es un antídoto para la aspereza de espíritu. El amor de Cristo en el corazón se manifestará mediante una obra ferviente en favor de la salvación de las almas . .
Sea presentado el Evangelio como la Palabra de Dios para vida y salvación. El Evangelio será ensalzado mediante la manifestación de un espíritu que obra por amor. "¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz" (Isa. 52: 7) (Carta 318, del 15 de octubre de 1906, dirigida a los hermanos y hermanas de Nashville y Madison).
E. G. White
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Los que critican a sus compañeros de labor abren una puerta por la cual puede entrar el enemigo. ¿Puede haber algo más triste que ver a un hermano que trabaja en contra de su hermano, que manifiesta sospechas y dudas acerca de la sinceridad del otro? Hay lugar para que todos empleemos los talentos que Dios nos ha concedido. Todos estamos trabajando con el único propósito de inspirar fe en la Palabra divina. Por lo tanto, cada cual administre su lengua y obre de tal modo que pueda estar en armonía con los que trabajan con el mismo fin. . .
Asegúrense aquellos a quienes se ha confiado la tarea de enseñar la Palabra de Dios, que están bajo el dominio del que afirmó: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra". Su comisión a sus discípulos incluye las siguientes palabras: "Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (vers. 20). Nadie está autorizado para considerar que su propia opinión es la norma a la cual se tienen que someter todos los demás. . .
El glorioso Evangelio, el mensaje del amor redentor de Dios, debe llegar a toda la gente, y se debe manifestar en el corazón de los obreros. El tema de la gracia salvadora es un antídoto para la aspereza de espíritu. El amor de Cristo en el corazón se manifestará mediante una obra ferviente en favor de la salvación de las almas . .
Sea presentado el Evangelio como la Palabra de Dios para vida y salvación. El Evangelio será ensalzado mediante la manifestación de un espíritu que obra por amor. "¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz" (Isa. 52: 7) (Carta 318, del 15 de octubre de 1906, dirigida a los hermanos y hermanas de Nashville y Madison).
E. G. White
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