LA SIMPATÍA DEL CRISTIANO
Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. Rom. 12: 10.
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No podemos ser nosotros mismos la pauta a la que se tienen que amoldar los demás. Manifestaremos una ternura de corazón y un entusiasmo que brota del alma al promover la felicidad de todos aquellos con quienes nos relacionamos. Debemos eliminar el yo de nuestros planes y sentir la responsabilidad personal de actuar como Cristo lo haría en circunstancias similares a las nuestras. Entonces impresionaremos las mentes de los demás de tal modo que Dios sea glorificado.
Como seguidores de Cristo debemos tratar de causar las más favorables impresiones sobre las mentes de todos los que se relacionan con nosotros acerca de la religión que profesamos, y de inspirarles nobles pensamientos. Nuestra influencia, en algunos casos, los beneficiará no sólo ahora, sino por toda la eternidad.
Si queremos enseñar a los demás, nosotros mismos deberíamos aprender cada día las lecciones de Cristo. Hay quienes no comprenden la santidad de la obra de Dios. Los menos capaces, los jóvenes más alocados e indolentes, requieren especialmente nuestra consideración y nuestras oraciones. Necesitamos sabiduría especial para saber cómo ayudar a los que parecen descuidados y desconsiderados. David dice: "Tu benignidad me ha engrandecido" (2 Sam. 22: 36; Sal. 18: 35).
Al dedicarnos a ayudar a los demás, podemos ganar preciosas victorias. Debemos consagrarnos con celo infatigable, con ardiente fidelidad, con abnegación y con paciencia a la obra de estimular a los que necesitan desarrollar su carácter. Las palabras amables y animadoras harán maravillas. Hay muchos que, si se hacen en su favor esfuerzos constantes y entusiastas, sin censuras ni continuas reprimendas, se manifestarán susceptibles de mejorar. . .
Debemos colaborar con el Señor Jesús en la restauración de los ineficientes y equivocados, para que adquieran inteligencia y sagrada pureza. Hemos sido llamados por Dios para manifestar un interés incansable y paciente por la salvación de los que necesitan que el Señor los guía. . .
Dios no negará sabiduría a los que la busquen. Le da gracia a alguno, para que a su vez la imparta a alguna otra alma necesitada (Carta 94, del 11 de marzo de 1905, dirigida a la Hna. Josefina Gotzian, una viuda adventista dedicada a la filantropía).
E. G. White
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Como seguidores de Cristo debemos tratar de causar las más favorables impresiones sobre las mentes de todos los que se relacionan con nosotros acerca de la religión que profesamos, y de inspirarles nobles pensamientos. Nuestra influencia, en algunos casos, los beneficiará no sólo ahora, sino por toda la eternidad.
Si queremos enseñar a los demás, nosotros mismos deberíamos aprender cada día las lecciones de Cristo. Hay quienes no comprenden la santidad de la obra de Dios. Los menos capaces, los jóvenes más alocados e indolentes, requieren especialmente nuestra consideración y nuestras oraciones. Necesitamos sabiduría especial para saber cómo ayudar a los que parecen descuidados y desconsiderados. David dice: "Tu benignidad me ha engrandecido" (2 Sam. 22: 36; Sal. 18: 35).
Al dedicarnos a ayudar a los demás, podemos ganar preciosas victorias. Debemos consagrarnos con celo infatigable, con ardiente fidelidad, con abnegación y con paciencia a la obra de estimular a los que necesitan desarrollar su carácter. Las palabras amables y animadoras harán maravillas. Hay muchos que, si se hacen en su favor esfuerzos constantes y entusiastas, sin censuras ni continuas reprimendas, se manifestarán susceptibles de mejorar. . .
Debemos colaborar con el Señor Jesús en la restauración de los ineficientes y equivocados, para que adquieran inteligencia y sagrada pureza. Hemos sido llamados por Dios para manifestar un interés incansable y paciente por la salvación de los que necesitan que el Señor los guía. . .
Dios no negará sabiduría a los que la busquen. Le da gracia a alguno, para que a su vez la imparta a alguna otra alma necesitada (Carta 94, del 11 de marzo de 1905, dirigida a la Hna. Josefina Gotzian, una viuda adventista dedicada a la filantropía).
E. G. White
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