ESCRITO PARA NUESTRA ADMONICIÓN

Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera. Sal. 25: 9.

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Dios trabajará con los que quieren escuchar su voz. La Palabra de Dios debiera ser nuestra consejera, y debiera guiarnos en nuestra experiencia. Las lecciones de la historia del Antiguo Testamento, si se las estudia con fidelidad, nos mostrarán cómo se puede lograr esto. Cristo, envuelto en una columna de nube de día y en una columna de fuego de noche, era el Guía y la Luz de los hijos de Israel mientras peregrinaban por el desierto. Tenían un Guía infalible.

Mediante todas sus vicisitudes, Dios estaba enseñándoles a obedecer a su Guía celestial, y a que tuvieran fe en su poder libertados. Su liberación de las aflicciones de Egipto, y su paso a través del Mar Rojo, les manifestaron su poder para salvar. Cuando se revelaban contra él y desobedecían su voluntad, Dios los castigaba. Cuando persistían en su rebelión y se decidían a seguir su propio camino, Dios les daba lo que pedían, y de esa manera les mostraba que cuando los privaba de algo era para su propio bien. Todo juicio que les sobrevino como resultado de sus murmuraciones era una lección para esa vasta multitud que el pesar y el sufrimiento son siempre el resultado de la transgresión de las leyes de Dios.

La historia del Antiguo Testamento se registró en beneficio de las generaciones venideras. También son muy necesarias las lecciones del Nuevo Testamento. Aquí de nuevo Cristo es el Instructor, que conduce a su pueblo para que busque esa sabiduría que viene de lo alto, y para que obtenga esa instrucción acerca de la justicia que modelará el carácter de acuerdo con la semejanza divina. Las Escrituras, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, nos enseñan los principios en que se basan tanto la obediencia a los mandamientos como los requisitos para obtener esa vida que se equipara con la de Dios, porque por medio de la obediencia llegamos a participar de la naturaleza divina, y aprendemos a huir de la corrupción que encontramos en el mundo debido a la concupiscencia. Por lo tanto, debemos estudiar sus máximas y obedecer sus mandamientos y principios, que son más preciosos que el oro, para incorporarlos a nuestro diario vivir (Carta 342, del 2 de septiembre de 1907, a los obreros del sur de California).

E. G. White

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