No juzguéis, para que no seáis juzgados.

No juzguéis, para que no seáis juzgados. Mateo 7:1

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Una señora tenía que salir una mañana de compras. El camión de la basura tenía un punto de recogida en la ruta que esta mujer debía tomar para llegar a la parada del autobús, de modo que ella recogió una bolsita de basura con la intención de dejarla en aquel lugar. Ensimismada en mil asuntos, en vez de dejar la bolsita en el lugar de recogida, la pobre mujer la metió entre las cosas que llevaba y se subió al autobús. Al poco rato, se quedó sorprendida de un olor sumamente desagradable que impregnaba el vehículo. Abrió las ventanillas para dejar entrar el aire fresco, pero de nada sirvió.

Al bajarse al llegar a su destino, notó que el mal olor persistía en la calle, y el hedor no se disipaba ni siquiera cuando entraba en las distintas tiendas en las que tenía que hacer sus compras. Según iban pasando las horas, la situación empeoraba y llegó a sentir náuseas, pues todo el mundo olía mal. Solo cuando regresó a casa se dio cuenta de que quien llevaba el mal olor a todas partes había sido ella.

¡Cuántas veces nos dedicamos a ver el mal en los demás, a juzgarlos y criticarlos sin misericordia, siendo que, a menudo, la basura la llevamos encima! Juzgar a los demás, criticarlo todo, nos roba la dicha de disfrutar las bendiciones del cielo y la compañía de los hijos de Dios. Consideremos las siguientes palabras: «El ambiente de criticas egoístas y estrechas ahoga las emociones nobles y generosas, y hace de los hombres espías despreciables y jueces ególatras. A esta clase pertenecían los fariseos. No salían de sus servicios religiosos humillados por la convicción de lo débiles que eran ni agradecidos por los grandes privilegios que Dios les había dado. Salían llenos de orgullo espiritual, para pensar tan solo en sí mismos, en sus sentimientos, su sabiduría, sus caminos. De lo que ellos habían alcanzado hacían normas por las cuales juzgaban a los demás... El pueblo participaba en extenso grado del mismo espíritu, invadía la esfera de la conciencia, y se juzgaban unos a otros en asuntos que tocaban únicamente al alma y a Dios... No hagáis de vuestras opiniones y vuestros conceptos del deber, de vuestras interpretaciones de las Escrituras, un criterio para los demás, ni los condenéis si no alcanzan a vuestro ideal. No censuréis a los demás; no hagáis suposiciones acerca de sus motivos ni los juzguéis» (DMJ 106).

Pr. Israel Leito

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