NO PIERDAS LA FE

No escondas de mí tu rostro en el día de la angustia; inclina a mí tu oído; apresúrate a responderme el día que te invocare. Sal. 102:2.

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Es casi medianoche aquí en Talca, la parte centro sur de Chile. El teatro regional de la ciudad estaba repleto. Mucha gente deseosa de oír acerca de Jesús estuvo llenando gimnasios, teatros y otros tipos de auditorios, en diferentes lugares, durante esta semana.

Hoy, mientras salía del teatro de Talca, alguien puso un papelito en mi bolsillo. En el hotel, antes de acostarme, leí el clamor desesperado de esa persona. “No aguanto más, a veces pienso que lo mejor sería dormir y no despertarme más”.

El sueño pasó. El cansancio desapareció. Tomé mi Biblia y me puse a escribir. La introducción o sobrescrito del Salmo 102 parece el clamor de la persona que me entregó la nota. “Oración de un afligido que, desfallecido, derrama su queja delante del Señor”.

El afligido y desfallecido puedes ser tú o yo. Hay momentos en la vida en que literalmente dan ganas de “acostarse y no despertarse más”. En esas horas, ¡cuán bueno es leer este salmo! En él, uno se da cuenta que no está solo en la experiencia del dolor. El salmista, en muchas ocasiones atravesó momentos de oscuridad: “Mi corazón está herido, y seco como la hierba, por lo cual me olvido de comer mi pan”, dice en el versículo 4.

¿Quién tiene ganas de comer cuando el hijo está en la cárcel? ¿Quién tiene ánimo para ni siquiera mirar la comida, cuando el matrimonio se está cayendo a pedazos? ¿A dónde van los hijos de Dios en esas horas?

Este salmo, compuesto de 28 versículos, es el drama de una persona que, a pesar del sufrimiento, no pierde la fe. El salmista sabe en quién confiar. El enemigo puede quitarle todo, menos la confianza en el Dios todopoderoso que tiene. El último versículo es una visión extraordinaria del futuro, a pesar del sufrimiento presente. “Los hijos de tus siervos habitarán seguros, y su descendencia será establecida delante de ti”.

Por eso hoy, no te dejes intimidar por las sombras de la vida. Tú tienes un Dios que no. conoce la derrota. No te desanimes. No permitas que la confianza huya y aunque tu corazón gime de dolor, mira hacia arriba y di con todas las fuerzas que todavía te quedan: “No escondas de mí tu rostro en el día de la angustia; inclina a mí tu oído; apresúrate a responderme el día que te invocare”.

Pr. Alejandro Bullón

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