Colaboradores en la creación (Reflexión en vídeo y audio)
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Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza... Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Génesis 1:26, 27.
Después de crear la tierra y los animales que la habitaban, el Padre y el Hijo llevaron adelante su propósito, ya concebido antes de la caída de Satanás, de crear al hombre a su propia imagen. Habían actuado juntos en ocasión de la creación de la tierra y de todos los seres vivientes que había en ella. Entonces Dios dijo a su Hijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”.—La Historia de la Redención, 20, 21.
Adán y Eva salieron de las manos de su Creador en la perfección de cada facultad física, mental y espiritual. Dios plantó para ellos un jardín y los rodeó con todo lo hermoso y atrayente para el ojo, y con lo que requerían sus necesidades físicas...
La tierra parda estaba revestida con una alfombra de viviente verdor, diversificada con una variedad interminable de flores que se propagaban a sí mismas y se perpetuaban. Arbustos, flores y ondeantes enredaderas regalaban a los sentidos con su belleza y fragancia. Las muchas variedades de elevados árboles estaban cargados de frutas de toda clase y delicioso sabor...
Adán y Eva podían rastrear la habilidad y gloria de Dios en cada brizna de hierba y en cada arbusto y flor... Y sus cantos de afecto y alabanza se elevaron dulce y reverentemente al cielo, armonizando con los cantos de los ángeles excelsos y con las felices aves que gorjeaban su música despreocupadamente. No había enfermedad, decadencia ni muerte... La vida estaba en cada hoja, en cada flor y en cada árbol...
Adán podía reflexionar que era creado a la imagen de Dios, para ser como él en justicia y santidad. Su mente era apta para un cultivo continuo, expansión, refinamiento y noble elevación, pues Dios era su Maestro y los ángeles sus compañeros.—The Review and Herald, 24 de febrero de 1874.
Adán podía reflexionar que era creado a la imagen de Dios, para ser como él en justicia y santidad. Su mente era apta para un cultivo continuo, expansión, refinamiento y noble elevación, pues Dios era su Maestro y los ángeles sus compañeros.—The Review and Herald, 24 de febrero de 1874.
Por E. G. White. "A Fin de Conocerle" página 10.
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