Dios en carne humana (Reflexión en vídeo y audio)
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Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan 1:14.
Si queremos estudiar un problema profundo, fijemos nuestra mente en la cosa más maravillosa que jamás sucedió en la tierra o en el cielo: la encarnación del Hijo de Dios.—Manuscrito 76, 1903.
Solo Cristo podía representar a la Deidad... Para hacerlo, nuestro Salvador revistió su divinidad con humanidad. Empleó las facultades humanas, pues solo adaptándolas podía comprender a la humanidad. Solo la humanidad podía alcanzar a la humanidad. Vivió el carácter de Dios en el cuerpo humano que Dios le había preparado.—The Review and Herald, 25 de junio de 1895.
Si hubiera venido Cristo en su forma divina, la humanidad no podría haber soportado el espectáculo. El contraste hubiera sido demasiado penoso, la gloria demasiado abrumadora. La humanidad no podría haber soportado la presencia de uno de los puros y brillantes ángeles de gloria; por lo tanto, Cristo no tomó sobre sí la naturaleza de los ángeles. Vino a la semejanza de los hombres.—The Signs of the Times, 15 de febrero de 1899.
Contemplándolo, contemplamos al Dios invisible... Contemplamos a Dios mediante Cristo, nuestro Creador y Redentor. Tenemos el privilegio de contemplar a Jesús por la fe y verlo de pie entre la humanidad y el trono eterno. Él es nuestro Abogado que presenta nuestras oraciones y ofrendas como un sacrificio espiritual a Dios. Jesús es la gran propiciación sin pecado y, mediante sus méritos,
Dios y el hombre pueden platicar juntos. Cristo ha llevado su humanidad a la eternidad. Está delante de Dios como el representante de nuestra raza. Cuando estamos revestidos del traje de bodas de su justicia, nos volvemos uno con él y nos dice: “Y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas”. Apocalipsis 3:4. Sus santos lo contemplarán en su gloria, sin que haya ningún velo oscurecedor en medio.—The Youth’s Instructor, 28 de octubre de 1897.
Por E.G.White "A Fin de Conocerle", página 22.
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