El que ama a los niñitos (Reflexión en vídeo y audio)



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Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase; y los discípulos les reprendieron. Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos. Y habiendo puesto sobre ellos las manos, se fue de allí. Mateo 19:13-15.
Los niños son la heredad del Señor. El alma del niñito que cree en Cristo es tan preciosa a su vista como son los ángeles que rodean su trono. Han de ser llevados a Cristo y educados para Cristo. Han de ser guiados en la senda de la obediencia, no consentidos en el apetito o la vanidad...
Sobre los padres descansa una gran responsabilidad; pues se reciben en la tierna niñez la educación y la preparación que dan forma al destino eterno de los niños y jóvenes. La obra de los padres es sembrar la buena semilla diligente e incansablemente en el corazón de sus hijos, ocupando sus corazones con una semilla que dará una cosecha de hábitos correctos, de veracidad y obediencia voluntaria. Los hábitos correctos y virtuosos que se forman en la juventud generalmente señalan el curso del individuo a través de la vida. En la mayoría de los casos, los que reverencian a Dios y honran lo correcto habrán aprendido esta lección antes de que el mundo pueda grabar su imagen de pecado en el alma...
¡Ojalá los padres fueran verdaderamente hijos e hijas de Dios! Sus vidas exhalarían la fragancia de las buenas obras. Una atmósfera santa rodearía su alma. Ascenderían al cielo sus tiernas súplicas en demanda de gracia y de la dirección del Espíritu Santo: y la religión se difundiría en sus hogares como se difunden los brillantes y cálidos rayos del sol sobre la tierra.—The Review and Herald, 30 de marzo de 1897.
Por E.G.White "A Fin de Conocerle", página 38.

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