La enemistad divina en el alma (Reflexión en vídeo y audio)


Puede oír la meditación en audio aquí.

Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. Génesis 3:15.
Adán y Eva estuvieron como criminales delante de su Dios, esperando la sentencia que les había acarreado la transgresión. Pero antes de que oyeran de los espinos y los cardos, el dolor y la angustia que sufrirían y el polvo al cual debían volver, escucharon palabras que debían inspirarlos con esperanza. Aunque debían sufrir por el poder de su adversario, podían mirar hacia adelante a la victoria final.
Dios declara, “pondré enemistad”. Esa enemistad es puesta sobrenaturalmente y no se mantiene naturalmente. Cuando pecó el hombre, su naturaleza se convirtió en mal, y estaba en armonía... con Satanás... Pero cuando Satanás oyó que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, supo que aunque había tenido éxito en depravar la naturaleza humana y asimilarla a su propia naturaleza, sin embargo, por algún proceso misterioso, Dios restauraría al hombre a su poder perdido y lo capacitaría para resistir y vencer a su vencedor.
La gracia que Cristo implanta en el alma es la que crea la enemistad contra Satanás. Sin esa gracia, el hombre continuaría como cautivo de Satanás, como siervo siempre dispuesto a sus órdenes. El nuevo principio en el alma crea conflicto donde hasta allí había habido paz. El poder que imparte Cristo capacita al hombre para resistir al tirano y usurpador. Siempre que se vea a un hombre que aborrece el pecado en vez de amarlo, cuando resiste y vence esas pasiones que lo habían regido interiormente, allí se ve la operación de un principio enteramente de lo alto. El Espíritu Santo debe ser constantemente impartido al hombre, o no tendrá voluntad para contender contra los poderes de las tinieblas.—The Review and Herald, 18 de julio de 1882.
¿No aceptaremos la enemistad que Cristo ha colocado entre el hombre y la serpiente?... Tenemos derecho a decir: En la fortaleza de Jesucristo, seré vencedor.—Manuscrito 31, 1911, p. 19.
Por E.G.White "A fin de conocerle" pág. 13.

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