Soluciones inmediatas


Ahora bien, cuando oyó Juan en la cárcel de los hechos de Cristo, envió a él por medio de sus discípulos, y le dijo:«¿Eres tú aquel que ha de venir, o esperaremos a otro?» Mateo 11: 2, 3

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No siempre nuestras expectativas se cumplen a la primera. Una de las virtudes del cristiano es saber esperar sin perder la fe. Cuando nuestros pioneros sufrieron el gran chasco de 1844, los fieles se mantuvieron firmes hasta que llegaron a la conclusión de que, aunque no era lo que habían esperado inicialmente, algo grande aconteció el 22 de octubre de aquel año.

Cuando Juan el Bautista quedó encarcelado, no dudó de la realidad que «un niño nos es nacido», ni del hecho que un Mesías vendría, ni que Dios tuviese un plan de salvación. Ni siquiera dudó que su primo fuese ese Mesías. Él solamente quería confirmación de su fe. Estaba listo para morir, pero quería morir con la bendita esperanza viva en su mente. Quería bajar a la tumba sabiendo que sus ojos habían visto al Mesías. Quería la confirmación de que su predicación no había sido en vano, y que el que era mayor que él ya estaba aquí.

La pregunta de Juan no era tanto para él como para sus discípulos. Ellos habían aprendido de él que Cristo era el Mesías, pero ahora que estaba encarcelado se preguntaban si todo esto no era una pesadilla. Necesitaban la confirmación de que, aunque a Juan lo iban a matar, el Mesías estaba con ellos para guiarlos. Quizás ahora entenderían plenamente lo que él les había dicho mucho antes: que vendría uno las correas de cuyas sandalias él no era digno de desatar.

Las vicisitudes de Juan debían ser la confirmación de la fe de sus discípulos. Juan nos enseñó que la peor circunstancia no debía ser motivo de perder lo mejor que tenemos. Nada debiera interponerse entre nuestro Dios y nuestra fe en él, porque, a su debido momento, el que ha de venir vendrá y no tardará.

«Perturbaba a Juan el ver que por amor a él sus propios discípulos albergaban incredulidad para con Jesús... Pero el Bautista no renunció a su fe en Cristo. El recuerdo de la voz del cielo y de la paloma que había descendido sobre él, la inmaculada pureza de Jesús, el poder del Espíritu Santo que había descansado sobre Juan cuando estuvo en la presencia del Salvador, y el testimonio de las escrituras proféticas, todo atestiguaba que Jesús de Nazaret era el Prometido» (DTG 187).

Israel Leito

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