UN CORAZÓN RENOVADO

Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. (Juan 13: 34.)

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Jesús dice: "Como yo os he amado, que también os améis unos otros". El amor no es simplemente un impulso, una emoción transito que depende de las circunstancias; es un principio viviente, un poder permanente. El alma se alimenta de las corrientes del puro amor que fluyen del corazón de Cristo, una fuente que nunca falla. Oh, ¡cómo vivifica el corazón, cómo se ennoblecen sus motivos, cómo se profundizan sus afectos, mediante esta comunión! Bajo la educación y la disciplina del Espíritu Santo, los hijos de Dios se aman mutuamente, lealmente, sinceramente y sin afectación, "sin incertidumbre ni hipocresía" (Sant. 3: 17). Y esto porque el corazón está enamorado de Jesús. Nuestros afectos mutuos surgen de una común relación con Dios. Somos una familia y nos amamos los unos a los otros como él nos amó. Cuando se compara este afecto verdadero, santificado y disciplinado, con la cortesía ampulosa del mundo, las expresiones carentes de significado de la amistad efusiva son como paja de la era.
Amar como Cristo amó significa manifestar abnegación en todo momento y lugar, mediante palabras amantes y un continente agradable... El amor genuino es un precioso atributo que se origina en el cielo, cuya fragancia crece en proporción a la forma en que se lo dispensa los demás...

El amor de Cristo es profundo y ferviente y fluye como una corriente irresistible para todos los que lo aceptan. No hay egoísmo en su amor. Si este amor de origen celestial es un principio que mora en el corazón se manifestará, no sólo a aquellos que amamos más dentro de un relación sagrada, sino a todos con los que entramos en contacto. Nos guiará a otorgar pequeños actos de atención, a hacer concesiones, ejercer acciones bondadosas, a hablar palabras tiernas, verdaderas animadoras. Nos conducirá a simpatizar con aquellos cuyos corazones tienen sed de simpatía.

E. G. White

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