HEREDAREMOS TODAS LAS COSAS
El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. (Apoc. 21: 7.)
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Para heredar todas las cosas, debemos resistir y vencer el pecado.
Podremos gozarnos en el Señor si guardamos sus mandamientos. Si nuestra ciudadanía es ciertamente celestial, y si aspiramos a una herencia inmortal, una propiedad eterna, tendremos esa fe que obra por el amor y purifica el alma... Somos miembros de la familia celestial, hijos del Rey del cielo, herederos de Dios y coherederos con Cristo. Cuando él venga [Cristo] poseeremos la corona de vida que no se marchita.
El Monarca del cielo desearía que poseyerais todo lo que puede ennoblecer, expandir y exaltar vuestro ser, y que disfrutarais de ellos, para prepararos con el propósito de morar con él eternamente, con una existencia que se mida con la vida de Dios. ¡Qué perspectivas encierra la vida venidera! ¡Cuántos encantos posee! ¡Cuán amplio, profundo e inconmensurable es el amor de Dios manifestado al hombre!
Los privilegios concedidos al hijo de Dios son ilimitados: vincularse con Jesucristo, quien, en todo el universo del cielo y de los mundos no caídos, es adorado por cada corazón, y sus alabanzas entonadas por cada lengua; ser hijo de Dios, llevar su nombre, llegar a ser un miembro de la familia real; alistarse bajo el estandarte del Príncipe Emanuel, el Rey de reyes y Señor de señores.
El Hijo de Dios era el heredero de todas las cosas, y a él se le prometieron el dominio y la gloria de los reinos de este mundo... Así como Cristo estuvo en el mundo, deben estarlo sus seguidores. Son los hijos de Dios, y coherederos con Cristo; y el reino y el señorío les pertenece.
En lugar del mundo él le dará, a cambio de una vida de obediencia, el reino bajo todo el cielo. Le dará un eterno peso de gloria y una vida tan permanente como la eternidad.
E. G. W.
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Podremos gozarnos en el Señor si guardamos sus mandamientos. Si nuestra ciudadanía es ciertamente celestial, y si aspiramos a una herencia inmortal, una propiedad eterna, tendremos esa fe que obra por el amor y purifica el alma... Somos miembros de la familia celestial, hijos del Rey del cielo, herederos de Dios y coherederos con Cristo. Cuando él venga [Cristo] poseeremos la corona de vida que no se marchita.
El Monarca del cielo desearía que poseyerais todo lo que puede ennoblecer, expandir y exaltar vuestro ser, y que disfrutarais de ellos, para prepararos con el propósito de morar con él eternamente, con una existencia que se mida con la vida de Dios. ¡Qué perspectivas encierra la vida venidera! ¡Cuántos encantos posee! ¡Cuán amplio, profundo e inconmensurable es el amor de Dios manifestado al hombre!
Los privilegios concedidos al hijo de Dios son ilimitados: vincularse con Jesucristo, quien, en todo el universo del cielo y de los mundos no caídos, es adorado por cada corazón, y sus alabanzas entonadas por cada lengua; ser hijo de Dios, llevar su nombre, llegar a ser un miembro de la familia real; alistarse bajo el estandarte del Príncipe Emanuel, el Rey de reyes y Señor de señores.
El Hijo de Dios era el heredero de todas las cosas, y a él se le prometieron el dominio y la gloria de los reinos de este mundo... Así como Cristo estuvo en el mundo, deben estarlo sus seguidores. Son los hijos de Dios, y coherederos con Cristo; y el reino y el señorío les pertenece.
En lugar del mundo él le dará, a cambio de una vida de obediencia, el reino bajo todo el cielo. Le dará un eterno peso de gloria y una vida tan permanente como la eternidad.
E. G. W.
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