Dios oyó la voz del muchacho


Oyó Dios la voz del muchacho, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo y le dijo: "¿Qué tienes, Agar No temas, porque Dios ha oído la voz del muchacho ahí donde está" Génesis 21:17.

En 1960 se realizó en la ciudad de Lima, Perú, un congreso de jóvenes. Era la primera vez que yo salía del interior hacia la capital, y también la primera vez que tenía la oportunidad de ver a tantos cristianos juntos. En la pequeña congregación de mi ciudad nunca se reunían más de veinte personas, y ahora estaba allí, deslumbrado, con casi mil jóvenes provenientes del Perú, de Bolivia y del Ecuador.

Por aquella época yo era apenas un adolescente de 12 años. El congreso fue maravilloso. Canté, vibré y participé como nunca.

Cuando todo terminó, me quedé solo en el auditorio, y arrodillado le dije a Dios: "Señor, ayúdame a estudiar para ser un pastor. Un día quiero ser un líder de jóvenes y hacer un congreso tan grande como éste".

Lo que yo no podía saber ese día era que Dios estaba escuchando "la voz del muchacho" ahí donde estaba.

Dos años más tarde terminé los estudios secundarios. Posteriormente estudié Teología, y algunos años más tarde fui ordenado al sagrado ministerio.

El tiempo pasó. Llegué a ser director de jóvenes en mi país, y luego la iglesia me invitó a servir en el Brasil. Allí, un día, Dios y un equipo maravilloso de amigos me ayudaron a organizar un congreso para diez mil jóvenes, y después otro para veinte mil.

Mi oración de adolescente de 12 años estaba respondida.

Si eres padre y en el desierto de esta vida descubres que tu hijo no irá muy lejos -cuando la sed de filosofías, vicios y existencialismo parecen estar sofocándolo-, recuerda, tu hijo no siempre fue así. Un día, cuando era muchacho, tuvo sueños, oró y, tengo la seguridad, Dios oyó "la voz del muchacho" y responderá su oración.

Si eres hijo y tienes la impresión de que la vida le dio a otros la oportunidad que te negó a ti, si alguna vez pasó por tu mente la idea de que no conseguirás realizar tus sueños, arrodíllate, clama al Señor y recuerda: "Dios ha oído la voz del muchacho". No hay clamor que él no escuche, no hay lágrima que él no conozca, no existe un sueño que él no sea capaz de realizar, si ese sueño es colocado en sus manos.

Pr. Alejandro Bullón

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