Renaciendo en medio del dolor
Ya había pasado de Peniel cuando salió el sol; y cojeaba a causa de su cadera. Génesis 32:31.
Estábamos terminando el culto divino ese sábado, cuando el joven entró gritando en el templo. ¿Qué había ocurrido? En el patio de la iglesia otros dos jóvenes pedían ayuda para el amigo accidentado. Estaban pescando con dinamita y el explosivo estalló en la mano de uno de ellos. Esos jóvenes acostumbraban pescar en el horario del culto en lugar de alabar el nombre de Dios en la iglesia. El río quedaba a unos cien metros del templo; había allí un remanso de aguas profundas. Ellos encendían el estopín y, cuando faltaban algunos segundos para la explosión, tiraban el explosivo en el agua para no dar tiempo a que los peces huyeran.
Había hablado muchas veces con ese joven. Había dos cosas peligrosas en su conducta: pescar con dinamita y olvidar que el sábado era el día que debía entregarse a Dios como un día de loor y adoración. La fe de este joven disminuía cada día, no se acercaba a Jesús, tomaba todo en broma y, lo que era peor, jugaba con las cosas de Dios.
Algunos días después del accidente, fui a visitarlo. Estaba sentado en el patio de su casa, debajo de un árbol y con un bastón en la mano; golpeaba monótonamente el suelo con él, como si no tuviese motivación alguna.
No le dije casi nada. Oré y le dije que Jesús lo amaba mucho. Era miembro de la iglesia que yo pastoreaba en ese tiempo. Quería verlo animado y feliz a pesar del accidente. Al sábado siguiente llegué temprano a la iglesia y ese joven era uno de los primeros que aparecieron. Había perdido un brazo, y el muñón todavía estaba envuelto en vendas. Fui a saludarlo con alegría y observé lágrimas en sus ojos.
-¿Por qué, pastor? -preguntó-. ¿Por qué tuve que perder el brazo para entender que estaba jugando con Dios?
-No importa, muchacho -fue mi respuesta-. Lo que vale es que estás aquí nuevamente, en la casa de Dios.
Jacob también tuvo que confrontarse con la realidad en su experiencia de vida. Esa noche, "en el valle de Jaboc", resistió hasta donde pudo, y finalmente se rindió.
La Biblia no dice que Jacob luchaba contra el hombre, sino que el varón luchaba contra Jacob. Es Jesús el que siempre está tratando de mostrarnos la realidad. Es una pena que Jacob entendiera eso sólo cuando el hombre le tocó en su coyuntura. En medio de las lágrimas y los gritos de dolor, Jacob, finalmente, entendió que no podía huir de Jesús, y ése fue el comienzo de una nueva experiencia.
A la mañana siguiente, cuando "había pasado de Peniel... salió el sol; y cojeaba a causa de su cadera". Quizá toda la vida continuó cojeando, pero, ¿Qué importaba eso? Ahora estaba con Jesús. ¿Será preciso llegar a este punto para que entendamos que estamos huyendo de Jesús?
Pr. Alejandro Bullón
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