El sueño de Dios


Allí murió Moisés, siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Deuteronomio 34:5.

El pueblo de Israel había llegado al límite de la tierra prometida. El sueño de poseer esta tierra estaba a punto de realizarse, cuando Dios ordenó a Moisés: "Sube... al monte Nebo", a la cumbre del Pisga. Allí, en la cima de la montaña, el Señor le mostró la tierra: "Te he permitido verla con tus ojos, pero no pasarás allá" (Deuteronomio 32:49; 34:1, 4).

Moisés había sido toda la vida un soñador. Soñaba con ver a su pueblo en la tierra de libertad. Pero ahora, cuando el sueño estaba haciéndose realidad, Dios le dice: "No pasarás".

Tú y yo sabemos por qué Moisés no entró en la tierra prometida, pero el viejo líder de Israel no entendió nada. Murió con una enorme señal de interrogación en la cabeza.

¿Ya te diste cuenta de que nuestra vida es un puñado de porqués? ¿Por qué murió mi padre? ¿Por qué murió mi hijo' ¿Por qué no salió bien este asunto? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Moisés murió. Pero poco tiempo después, resucitado, vio desde el cielo a su pueblo conquistar la tierra prometida y a los hijos de su pueblo jugar en la tierra de libertad. El sueño se cumplió. Sólo que en una escala mayor y mejor de lo que él había soñado. No tenía más los achaques de la vejez, gozaba de vida eterna; no estaba sentado en el sillón del abuelo, estaba sentado en un trono de oro.

Tenemos derecho a soñar, pero también tenemos que dar a Dios dicho derecho, pues sabemos que sus sueños son siempre mayores y mejores que los nuestros. Cuando nuestros planes no salen bien, a pesar de haber colocado todo en las manos de Dios y de haber hecho todo lo posible de nuestra parte, es con seguridad porque Dios tiene otros planes para nosotros. Debemos aprender a confiar en él.

Conversé con Laura, en la ciudad de Presidente Prudente, pocos días después que la tragedia devastara su vida. Laura y su marido eran cristianos sinceros: ella tocaba el arpa y el marido daba estudios bíblicos. Tenían la costumbre de visitar los hogares para hablar de Jesús. Formaban una familia feliz al lado de sus cuatro hijos.

Una mañana, mientras realizaban el culto matutino, alguien golpeó a la puerta. El marido fue a abrir y se encontró con un hombre que, sin decir una palabra, le disparó un tiro de escopeta que acabó con su vida.

Algunos días después conversé con Laura. Con los cabellos sueltos y vistiendo luto, me preguntó: "Pastor, ¿por qué? ¿Por qué?" "No lo sé, Laura", fue mi respuesta. "Un día el Señor lo explicará". Dos meses después Laura interpretó en el arpa un himno maravilloso de esperanza durante una reunión campestre en Brasilia. Su confianza estaba depositada en Dios, que nunca falla. El por qué ya no tenía importancia.

Pr. Alejandro Bullón

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