¿Es posible pagar mal por bien?
Pero a vosotros los que oís, os digo: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian". S. Lucas 6:27.
Este consejo bíblico es muy claro. A decir verdad, es una orden directa del Maestro. No hay manera de tratar de interpretar su significado. Debemos hacer el bien incluso a nuestros enemigos.
En los días de la Grecia antigua, un joven que vivía en la ciudad el interior deseaba ardientemente participar de las olimpíadas. Los amigos y parientes lo animaron y finalmente, fue a la capital. Después de meses de duro entrenamiento y renuncias, estaba listo para participar de la carrera de carros tirados por caballos.
La competencia empezó y él tomó la delantera, pero notó que el segundo, un viejo corredor, comenzó a importunarlo, a usar palabras sucias y a amenazarlo. El joven, sin responder, continuó la carrera hasta percibir que su oponente cercano estaba pasando mal, a la vez que ponía su vida en peligro. La historia dice que, a partir de ese momento, el joven se dedicó a ayudar al viejo corredor, pero otros se adelantaron y llegaron primero. Las olimpíadas estaban perdidas, pero fue recibido con muchos homenajes en su ciudad natal.
Parece historia de papel, ¿verdad? ¿Sabes por qué ? Porque vivimos en un mundo donde impera el espíritu de competición. Respiramos competición desde la escuela hasta el seno de la familia. Vivimos la cultura del éxito, en la que sólo interesa ser siempre el primero, sin importar los que quedan atrás, ni la manera como quedan.
El que desea ser cada día más semejante a Jesús permitirá que Cristo viva en él su carácter manso y humilde, ése que lo llevó a morir en silencio, aun siendo inocente.
Se cuenta que la gran contralto María Anderson fue tratada en forma descortés por cierta mucama de hotel, que no sabía que era la famosa cantante. Pero el administrador del hotel vio lo que había pasado y canceló la noche libre que la mucama tenía y en la que iba, precisamente, a asistir al concierto.
Al volver al hotel, María Anderson notó que la mucama estaba triste y le preguntó qué le pasaba. La joven respondió que había perdido la oportunidad de asistir al concierto que tanto había esperado. María Anderson, allí mismo, en el corredor del hotel, cantó el Ave María para esa mucama. ¿No es algo extraordinario?
Amados, la orden del Maestro que aparece en el versículo de hoy es tal vez una de las más difíciles de cumplir. Cuando la dio, Jesús no tenía en mente dificultarnos la entrada al reino de los cielos. Lo que tenía en el corazón era el deseo de reproducir su carácter en nuestra vida, y por eso dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados... aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (S. Mateo 11:28, 29). Es sencillo. Pero tú nunca lo sabrás si no lo experimentas. Ve a él.
Pr. Alejandro Bullón
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