Salvación y dejarse conducir


Y le rogaba mucho, diciendo: "Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y viva". S. Marcos 5:23.

Jairo era uno de los líderes de la Sinagoga, y estaba atravesando un momento de aflicción y desesperación. Su hijita estaba condenada a muerte y, humanamente, no había nada que hacer. Jairo no era de los que se rendían ante el primer obstáculo. Había buscado la ayuda de los mejores especialistas de su época. Estaba dispuesto a pagar el precio necesario para la recuperación de la salud de su hija amada. Pero los médicos habían dado el veredicto final: la ciencia médica no puede hacer nada más.

Fue entonces, en medio de la desesperación y la impotencia del hombre, que Jairo se acordó de Jesús. Había oído decir que el humilde galileo sanaba leprosos, devolvía la vista a los ciegos y hacia andar a los paralíticos. Él no creía en esas cosas. Era demasiado culto para aceptar las propuestas simples como las de un carpintero. La mayoría de los que seguían a Jesús era gente humilde, gente del pueblo, sin recursos, sin cultura y sin esperanza. ¿Cómo él, el poderoso Jairo, podía pedir ayuda a Jesús? Pero la hija estaba agonizando, y cuando llegamos al fin de nuestros recursos humanos, somos capaces de tirar a la basura todos nuestros prejuicios, nuestra posición social y nuestra cultura.

Jairo corno, cayó de rodillas delante de Jesús y le suplicó: "Ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y viva".

¿Te das cuenta de que incluso arrodillado y en extrema necesidad, Jairo, el gran líder, no perdió la manía de mandar? Él no colocó el problema en las manos de Jesús como hicieron las hermanas de Lázaro: "Señor, el que amas está enfermo" (S. Juan 1 1:3). Jairo ya tenía todo listo, le llevó a Jesús el programa que el Salvador debía seguir. Se arrodilló y suplicó la dirección del Espíritu Santo, pero ya tenía todo preparado. En verdad, no quería dirección, sólo buscaba aprobación.

Pero en el camino de la salvación, 1a iniciativa es divina, el método es divino y la conclusión es divina. Justificación, santificación y glorificación son obras divinas en la experiencia humana. El hombre sólo tiene que aceptar, solo tiene que permitir que Jesús lo dirija.

Jesús se demoró en el camino, tratando a una mujer que tenía flujo de sangre, y en ese intervalo murió la hija de Jairo. Cuando los siervos le llevaron la noticia, el gran líder se entregó al desánimo. Dejó de luchar, dejó de correr, dejó de mandar y de decir cómo debían ser las cosas y, sólo entonces, Jesús pudo realizar su obra maravillosa de restauración y salvación.

Nunca trates de llevar a Jesús hacia donde tú quieres ir. Hoy coloca tu mano en su brazo poderoso y deja que te lleve por donde él sabe que es mejor para ti. Finalmente, él también es el camino.

Pr. Alejandro Bullón

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