Victoria sobre el enemigo
¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? Romanos 6:1, 2.
En los capítulos 4 y 5 de la Epístola a los Romanos, Pablo nos presenta el camino para alcanzar la salvación. El apóstol es claro al decir que somos justificados solamente por la fe en Jesucristo. En el capítulo 6 discute los resultados de una vida justificada. La obra de la salvación no sólo tiene que ver con la vida pasada del ser humano, también tiene que ver con la vida presente y futura. Cristo no desea librarnos únicamente de la culpabilidad del pecado. También quiere librarnos del poder que el pecado ejerce sobre nosotros y, finalmente, de la presencia del pecado en la naturaleza humana. Teológicamente llamamos a estas tres fases: justificación, santificación y glorificación.
Lo que realmente importa es lo que el evangelio es capaz de hacer cuando llega a una vida. Todo lo que tenemos que hacer es correr a los brazos de Jesús con nuestras flaquezas y pecados, caer arrepentidos a sus pies y permanecer en comunión con él. Permaneciendo en Cristo, no permaneceremos más en pecado; habiendo muertos al pecado, disfrutaremos de la vida plena en Cristo.
Conocí a Rose en la ciudad brasileña de Fortaleza, mientras realizaba la campaña de evangelización conocida como REVIVE. Todas la noches Rose era tomada por el enemigo y gritaba aterradoramente a lo largo de la predicación. El último sábado estaba en la fila de los candidatos al bautismo, cuando fue poseída nuevamente por el enemigo. Los diáconos la llevaron al camarín, pero ella pidió que la volviesen a llevar a la pila bautismal.
Cuando, ayudada por los diáconos, ya estaba dentro de las aguas bautismales, el enemigo luchó una vez más para controlar la voluntad de esa angustiada joven. Pensé que no debía bautizarla en esas condiciones, pero sus ojos suplicantes parecían decirme: "Pastor, por favor, bautíceme". Hice la oración y la bauticé en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y al salir del agua toda la iglesia pudo ver el brillo de felicidad en los ojos de Rose. La abracé y le dije que no debía temer nada de allí en adelante, porque Jesús la había libertado.
Nueve meses después me encontré con ella y, con los ojos todavía brillando de regocijo, me dijo: "Pastor, soy victoriosa en Cristo; el enemigo nunca más me atormentó. Mantengo comunión diaria con Jesús a través de la Biblia y de la oración, y estoy testificando a 38 personas a quienes estoy llevando a Cristo".
El poder que libertó a Rose es tuyo hoy. ¿Lo aceptas?
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