El peligro de dejar el clavo
¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? Romanos 6: 1, 2.
"Gato" fue una de esas estrellas fugaces que de vez en cuando aparecen en el escenario azul del cielo infinito. La historia de su conversión era impresionante. Se bautizó, y en menos de un año llevó al bautismo a 35 personas. El pastor tenía que trabajar a ritmo acelerado para visitar a los interesados que Gato preparaba. Y si en la iglesia lo conocían sólo por Gato, fue porque todo sucedió tan rápidamente que pocos lograron identificarlo por su verdadero nombre.
Un sábado, ese dinámico misionero y entusiasta miembro de iglesia no apareció. El pastor fue a visitarlo y no lo encontró. Pero la esposa anunció la tragedia: Gato nunca había conseguido abandonar el cigarrillo. Había cambiado mucho en su vida, pero el cigarrillo estaba allí y el enemigo un día se llevó el corazón que nunca fuera entregado completamente a Jesús. Una cosa siempre lleva a otra. Un pequeño error siempre conduce a uno mayor. Y en la vida de Gato el cigarrillo lo llevó de vuelta a la bebida, y ese fue el fin de su historia. Nunca más regresó a la iglesia, y algunos años después murió de cirrosis hepática.
"¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?", es la pregunta de Pablo, en el texto de hoy, que él mismo responde con convicción: "¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?"
¡Tenemos que arrancar el clavo del diablo! ¿Conoces la historia del clavo del diablo? Yo la oí un día, mientras tomaba el desayuno en el Hotel Luxor, en la ciudad de Feira de Santana. La historia cuenta que un hombre estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con el fin de ser millonario. Entonces el diablo le mostró una mansión maravillosa y le dijo que se la daría con una condición:
¿Ves aquel clavo en la pared? Es mío, siempre será mío; ¿aceptas?" Y el hombre aceptó. Años después, el hombre ofreció un banquete en su mansión. Fueron invitados los hombres más importantes de la ciudad. La fiesta era lujosa y todo superaba las expectativas, cuando alguien entró y comenzó a colocar un pedazo de carne podrida en el clavo de la pared. El dueño de la casa mandó llamar a los guardias y expulsó al intruso, pero entonces apareció el diablo y le dijo: "Un momento, el clavo es mío y yo tengo derecho a usarlo como quiera".
Esa fue la tragedia de Gato. El "clavo" siempre quedó en el corazón, y en el momento oportuno el enemigo reclamó el corazón para él.
¿Qué hacer si algún clavo está todavía en la pared de nuestra propia conciencia? Corre a Jesús ahora y dile: "Señor, no tengo fuerzas para vencer, pero tengo la libertad para decidir y aquí estoy. Te entrego mi vida, toma mi débil voluntad y santifícala con tu Espíritu Santo, y hazme victorioso en ti".
Pr. Alejandro Bullón
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