Un Dios que no se adormece ni duerme
Por cierto, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel. Salmos 121:4.
En una de las principales plazas de Tokio hay una enorme estatua de Buda. De ella, dos detalles sobresalen: está con los brazos cruzados y los ojos cerrados. Todo el mundo sabe que ese dios no está durmiendo sino sólo meditando, pero, sea como fuere, permanece con los ojos cerrados. Sin embargo, nuestro versículo nos habla de un Dios que siempre está vigilante, siempre con los ojos abiertos. "No se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel".
Los peregrinos que se dirigían anualmente a Jerusalén para participar de las fiestas, cantaban este salmo mientras iban por el camino. Hoy, este salmo es conocido como el "Salmo de los viajeros". Todo el cántico habla de lo que el salmista espera de su Dios a lo largo del viaje, pero el versículo 4 expresa el porqué de la confianza.
Tenemos un Dios que se preocupa por cada uno de sus hijos. Conoce nuestra entrada y nuestra salida. Será nuestra sombra a nuestra derecha. No dejará vacilar nuestro pie; el Sol no nos incomodará de día ni la Luna de noche, porque nuestro Dios está por encima de todos esos dioses. No es simplemente un gran hombre que pasó por la historia, no es simplemente una filosofía de vida o una estatua de mármol. Es un Dios personal que se interesa por los detalles de mi vida, que ve mis lágrimas, se regocija con mis alegrías y se entristece con mis penas. Sufre, cuando en nuestra humanidad, tratamos de arrojarlo de la experiencia, porque nos ama y porque lo que más desea es que vivamos una vida diaria de comunión personal.
Tal vez en este momento aparezcan en tu corazón preguntas como: "Si Dios está siempre vigilante, ¿por qué murió mi padre en ese accidente de tránsito? ¿Por qué no cuidó de mi hijo? ¿Dónde estaba él cuando todo eso sucedió!"
Dios se hizo hombre para poder entender mejor nuestra humanidad y responder a nuestras inquietudes. No necesitaba hacerlo, porque era Dios, pero, además de salvarnos, era necesario sacarnos las dudas de nuestra cabeza. Se hizo hombre y murió en la cruz, y en los dolores de la agonía también clamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (S. Mateo 27:46).
¿Dónde estaba el Padre cuando, en esa tarde de viernes, sucedió toda la tragedia? Si él nunca se adormece ni duerme, ¿por qué no intervino para proteger la vida de su Hijo?
No estoy tratando de inducirte a que "tapes el Sol con una mano", ni a que "entierres la cabeza como el avestruz". No. Simplemente estoy mostrándote que por detrás de todo sufrimiento humano hay un propósito redentor o educador, que sólo el tiempo se encargará de revelarnos. Confía en Dios, aunque las lágrimas te impidan verlo.
Pr. Alejandro Bullón
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